Les années, de Annie Ernaux; por Berta Lucía Estrada Estrada

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Reseña de Berta Lucía Estrada Estrada sobre la obra Les années, de Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura 2022.

Si bien conocía el nombre de Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura 2022, desde hace muchos años debo confesar que nunca la había leído. Así que el pasado viernes 7 de octubre , al día siguiente de haber ganado la presea más importante en el campo de la Literatura, compré cuatro de sus libros; a saber: Les années, L’événement, L’occupation y La honte. Y esta es la reseña que escribí sobre Los años (Éditions Gallimard-collection Folio 2008).

A los pocos minutos de haber comenzado a leer esta obra inusual, entré en una especie de estupefacción ya que me dije a mí misma: “habla de todo y de nada”; lo que no me impidió seguir leyendo. Y a medida que lo hacía penetraba en su mundo de reflexión e iba sucumbiendo al prodigio de su pluma. Poco a poco me di cuenta que de una u otora forma yo ya había leído algo parecido aunque en forma de novela; me refiero a Élise ou la vrai vie de Claire Etcherelli; y cuál no sería mi sorpresa cuando en la página 106 encuentro una alusión a dicho libro. También debo anotar un libro maravilloso de Vivian Gornick y que está más o menos en la misma línea; me refiero a Una mujer singular y la ciudad.

Les années (Gallimard 2008- 255 páginas) es un libro feminista en todo el sentido de la palabra y un homenaje a Mayo del 68 y al diario Libération. No en vano Annie Ernaux dice lo siguiente: «1968 era el primer año del mundo”.

Y me explico, Les années no es una novela; es, más bien, un ensayo bastante sui géneris de sociología y de historia propiamente dichas; y escrito en un lenguaje desprovisto de todo academicismo.

En otras palabras, es un recorrido por la historia de la literatura, de la música, de la sociedad consumista, de la educación, de la política, de los cambios económicos que ha sufrido Francia en los últimos 80 años, es una reflexión sobre la condición femenina, sobre los movimientos sociales y estudiantiles -especialmente sobre Mayo del 68-, sobre la planificación familiar, el aborto, la píldora, la libertad sexual y su posterior represión -en cierta forma generada por la aparición del Sida-. Es una obra que muestra los cambios societales con respecto al matrimonio; en este caso preciso se narra como hace sesenta años se esperaba que una mujer llegase virgen al matrimonio, y si quedaba en embarazo debía -al menos en la mayoría de los casos- casarse y enfrentar una vida matrimonial cuando apenas comenzaba sus estudios universitarios. O sea, debía renunciar a la educación y a la posibilidad de tener una mejor situación económica que la de sus padres. Algo que lamentablemente sigue sucediendo en Colombia donde los sectores conservadores y religiosos siguen oponiéndose a una educación sexual en la escuela primaria y en la secundaria.

Volvamos a la universidad; porque de esto también se trata Les années. Annie Ernaux nos demuestra que estudiar una carrera universitaria en los años 60 y 70 era una garantía sine qua non de éxito familiar, social, profesional y por ende económico. Un hecho que en los últimos 20 o 30 años se ha venido abajo con la precarización de la vida estudiantil en Francia; con salarios que no siempre están a la altura de sus expectativas y de los años de estudio realizados. Incluso ella cuenta como poco tiempo después de estar trabajando como profesora en la Educación Pública le llegó un documento que le garantizaba su puesto hasta el año 1990; léase hasta el momento de su jubilación. Y eso no solamente pasaba en el mundo de la educación, sino en el mundo ferroviario o de la comunicación o de la banca. La seguridad del empleo, y de una vida tranquila, desde el punto de vista financiero, estaba asegurada. Por supuesto, eso cambiaría dramáticamente con los años.

Los años está concebido como cuando una persona comienza a mirar el mundo a través de un diafragma para poner luz en las zonas obscuras de una habitación; es decir pone luces primero en el espacio privado -la casa, la familia- y luego pone la lupa (zoom) en el espacio público.

Annie Ernaux utiliza la literatura como si fuese una fotógrafa que está “retratando” cada aspecto de la vida íntima y colectiva.

Esto supone otra lectura; me refiero a que este libro, como es toda su obra, es una especie de diario íntimo en el que Annie Ernaux va a analizar el mundo y la época en la que le ha tocado vivir. Incluso en la misma novela ella cuenta que muchos de los aspectos analizados ya estaban registrados en el diario que ha escrito a lo largo de su vida. Y esta palabra “registrar” no es anodina; la uso explícitamente ya que Annie Ernaux al mismo tiempo que “retrata” la vida también la graba como si fuese la grabadora que comenzamos a utilizar en los años setenta del siglo pasado. Es más, hay un elemento hermoso y es la referencia que hace del transistor; un pequeño radio qué si bien fue inventado en 1947 por William Shockley, Walter Houser Brattain y John Bardeen, solo fue “masificado” a partir de 1954. Este gran invento, que los adolescentes de hoy en día posiblemente desconocen, les dio la posibilidad a los adolescentes de los años 50 la gran posibilidad de hacer de la intimidad de su alcoba una sala de conciertos. La música se popularizaba en olas convertidas en tsunamis hasta ese momento inimaginadas. A este suceso se sumó la llegada de la TV a la mayoría de los hogares populares franceses (no hay que olvidar que la primera trasmisión ocurrió en 1927 y que las primeras emisiones públicas se hicieron en Inglaterra y Francia en 1937); pero aun habría que esperar a que las condiciones económicas pudiesen masificarla. Y en esto jugó un papel preponderante la publicidad. Y por supuesto, están la llegada del automóvil y del teléfono. Cabe recordar que el teléfono en un principio estaba controlado desde una cabina de comunicaciones donde una operadora se encargaba de conectar al emisor de la llamada y a su interlocutor; incluso ella podía escuchar la conversación si así lo deseaba; y como caso anecdótico podía participar en la conversación. Esto la hacía dueña de todos los “secretos” de su comunidad. Esta parte “anecdótica” de la operaria no la menciona Ernaux, pero yo lo hago para recordar hasta qué punto las comunicaciones han cambiado en este último siglo.

En el aspecto político cabe recordar la llegada de François Mitterand a la política; esto es:

Reducción de la jornada laboral a 39 horas (luego sería a 35), el aborto reconocido por la seguridad social -y por ende gratuito y de libre acceso-, la supresión de la pena de muerte; entre otras medidas que sacudieron a la sociedad francesa y que la sacaban definitivamente de la forma de pensar y actuar decimonónica. Una nueva Francia nacía, más igualitaria, más justa y más respetuosa. En los últimos años hubo otro cambio importante, el matrimonio igualitario y el derecho a la adopción de hijos por parte de las parejas homosexuales. No obstante, y a mi modo de ver, Francia sigue siendo en muchos aspectos un país conservador; y cuando digo ésto pienso básicamente que la eutanasia y el suicidio asistido siguen siendo prohibidos; así cómo la gestación subrogada (o vientre de alquiler). Francia tiene, además, una alta tasa de feminicidios; cada 72 horas es asesinada una mujer por su compañero, marido o ex; y todavía no hay una legislación sobre el feminicidio como existe en Colombia.

Otro de los aspectos a señalar es la guerra de Argelia y el olvido estatal con respecto a los primeros inmigrantes que llegaron a Francia, algunos de ellos antiguos combatientes a favor del hexágono (Francia). Los años 50 y 60 fueron de industrialización, se construyeron las grandes autopistas; y muchos franceses, miles, tal vez millones, no querían hacer los trabajos que consideraban sucios o “pénibles”; y lo que es una verdadera paradoja, tal y como nos lo recuerda Annie Ernaux, los profesores de bachillerato creían que ese era “un buen argumento contra el racismo” (página 137). La llegada de los inmigrantes (léase argelinos) que habían dejado su país luego de la guerra, y que Francia, en vez de acogerlos e integrarlos, los puso en ghettos con los que se acentúo el racismo. Surgieron las ciudades satélites alrededor de París y con ellas la inequidad en todos los aspectos; comenzando por el acceso a una educación de alta calidad. Esto hace que movimientos como “Touche pas à mon pote” (No te metas con mi parce), que tuvo un gran auge en los 80, cuando yo me encontraba estudiando en La Sorbona, pusiera bajo la lupa el racismo ancorado en lo más profundo de la sociedad francesa. De ahí a surgir un político nefasto como Jean-Marie Le Pen, el padre de Marine Le Pen, no hubo sino un paso. El miedo al otro, al inmigrante, al que hablaba con acento extranjero, al que tenía la piel de un color distinto, fuese considerado como “peligroso”. O sea, la Shoah (Holocausto) había quedado en cierta forma olvidada, rezagada en el fondo del inconsciente colectivo. La desmemoria, el olvido, es una serpiente que se muerde la cola.

El sistema de salud mejoró considerablemente y con él la expectativa de vida. El Mal de Alzheimer comenzó a parecerse a una especie de pandemia. En Francia, a la hora actual, hay alrededor de 900.000 pacientes que sufren la enfermedad del olvido (datos de 2019).

Y volviendo a los movimientos sociales hay que hablar del Feminismo y de su lucha por los derechos de las mujeres. El movimiento por el aborto se desencadenó con el Manifiesto de las 343 sinvergüenzas (Les 343 salopes) publicado en Le Nouvel Observateur, una revista semanal de izquierda, en la que mujeres de la talla de Simone de Beauvoir y Catherine Deneuve lo firmaban. La abogada Gisèle Halimi había liderado el movimiento. Posteriormente Simone Veil iría sola ante el senado para abogar por los derechos de las mujeres a decidir cuándo ser madres o no serlo en absoluto. Esto le valió insultos de todos los colores. Sobre esto hablo en mi artículo: https://panoramacultural.com.co/ocio-y-sociedad/2771/el-aborto-y-el-manifiesto-de-las-343-salopes-francesas

Y por supuesto, están los cambios en las viviendas y su búsqueda de un mejor confort y sobre todo de la búsqueda de una mejor higiene. Annie Ernaux viene de una clase social obrera, sus padres eran dueños de un pequeño café de un barrio popular en una de los suburbios parisinos; así que ella misma conoció los sanitarios en los corredores de los edificios que eran compartidos por varios inquilinos -léase varias familias-; y al conocer esta forma de vida normal para millones de franceses de la posguerra ella nos relata como luego, en los años 60, los hijos de esos obreros podían comprarse una casa con un jardín en la afueras mismas de París. Una casa con todo le confort; lo que significa con una ducha y un sanitario únicamente para la familia.

Y también nos habla de Camus, de Sartre y de Coluche. Coluche es menos conocido en Colombia y sin embargo es un ídolo en Francia. Fue un comediante genial que denunciaba, entre otras cosas, el racismo ancorado en el pueblo francés. Fue el creador de Restau du Coeur (Restaurantes del corazón) que le sobrevivieron a su muerte temprana en un accidente de moto. Hoy en día es una de las ONG más importantes de Francia que le dan de comer a miles de ciudadanos que no llegan a final de mes, entre muchos otros beneficios que les prodigan.

Y con estos cambios, me refiero a la píldora anticonceptiva, al aborto y al sexo antes del matrimonio, hubo otro cambio en la familia: el derecho al divorcio. Cabe decir que Francia es un país laico desde 1905, cuando la Iglesia y el Estado se separaron, por lo que el matrimonio legal es únicamente el civil. Las parejas que se casan por el rito católico lo hacen para perpetuar una tradición; pero para que sea válido ante el Estado deben casarse primero ante el alcalde de su ciudad, que es el ente jurídico válido para dicha alianza. Y la laicidad debe entenderse también en el ámbito de la educación pública; en otras palabras, los estudiantes no son adoctrinados como se hace en Colombia; solo reciben instrucción religiosa si es un centro educativo privado y donde se dice claramente que creencias religiosas se imparten en sus clases.

En 1989, el Muro de Berlín cae y con él el mundo comunista; y al llegar a los años 90 el zoom se abre aún más y pasamos de Francia a Europa, a Irak, a Libia. La globalización deja atrás la vida de provincia y la mirada sobre el ombligo de cada país. Y en esa década el ayatolá Jomeiní lanzó una fatua a Salman Rusdhie por Los versos satánicos; una orden que fue cumplida hace menos de dos meses. Afortunadamente Rusdhie sobrevivió al atentado aunque con un ojo completamente perdido y además le esperan meses de recuperación antes de poder valerse por sí mismo. Incluso él dice: “nunca me darán el nobel de Literatura por miedo a los islamistas”. Pareciera ser que cada treinta o cincuenta años cambiamos el color de los círculos del tiro al blanco a los que lanzamos dardos envenenados. El odio muta aunque nunca se distrae de su objetivo principal. Eso lo sabe muy bien Annie Ernaux.

Equipo de Redacción

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