Lección de historia del arte; por Alma Karla Sandoval

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En esta entrada el lirismo de la autora juega a convertirse en cuadros, fotografías y un no-lugar para las obras de arte.

Te hablaría del azul en los cuadros de Van Gogh, esa electricidad de cielos conspicuos, estrellas que son fuego de otro mundo. Monologaría despacio, como quien bebe una lágrima exultante.

Podría navegar en los arroyos de El jardín de las delicias, montar bestias con rostro de flor que El Bosco domaba. Y decirte los nombres ocultos de un color en la sombra.

Iría más allá de lo epifánico. Llegaría un cruce de caminos donde también espero a Godot cuando el atardecer es mi infancia lloviendo ceniza.

A nadie le digo que Renoir se me hace cursi o que veo nacer la tristeza en los cuadros de Hopper y los rechazo, se parecen a la llamada de alguien muerto.

Te hablaría de la gente que flota gracias a Chagall, del vuelo de las mujeres en Remedios Varo, pero prefiero tomarle una foto a esta página. Abrir un libro y leer:

Poema: aprehensión de lo-que-hay en un modo. Infringiendo los límites.

Nunca aprendí a dibujar. Todos los paisajes me llevaron a lo que brilla por debajo de las letras. Por eso digo que quisiera besarte como Klimt a sus pelirrojas imposibles.

Uso el modo condicional porque algo tiene de promesa y de filo.

La última vez que me hablaron de esa forma fue una despedida antes de decir que antes hubo un verbo: la gramática de la luz cuando es de noche.

Solo creo en lo que he leído: un autoplagio: la geometría de una hoja en Ciutat Meridiana.

Lo demás es el quinto misterio de las bunganvillias en el ventanal que el sol carcome. Lo demás no lo entiendo, pero sí he soñado con el bosque de Leonora Carrington, con sus vampiros salpicados de polvo lunar y los conejos, los conejos…

Quiero tomar otra foto, pero a lo Francesca Woodman. No me quiero morir como ella, aún no, no quiero escribir esta frase:

“Mi vida en este punto es como un sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones… en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas”.

¿Qué entiendes por una cosa delicada?

Para mí es algo que se quiebra con un soplo, como el lenguaje.

También un exceso de óleo, de aguamarina en las córneas.

No sé al interior de qué cuadro quisiera vivir.

Tampoco la novela donde lanzar mis cenizas. No doy con el viento ni con la página.

Te buscaría ahora.

Una videollamada torpe, seguramente, sin el pretexto de “pasaba por aquí” con una parvada de gansos detrás en la imaginación, la mejor amiga secreta que no responde.

En las amapolas de Monet el tiempo se congela, pero las marchita. Deberían ayudar a dormir, pero su centro oscuro es la clave de este insomnio.

Sin caer en cuenta solo hablo de sobrevivir.

Estoy bebiendo un té de azahar en contra del azar.

Debería mudarme a otro laberinto, a otro hombre.

Recaer: Te hablaría del azul en lo cuadros de Van Gogh

Pero no he llegado al final. Ya no soy joven, he aprendido a ir al fondo de las cosas como Blaise Cendrars en un tren con destino a la nieve eterna en su memoria que era música, es decir, el ruido de una estación en medio de la guerra.

Al final todo es relámpago.

Algo sí quiero hacer: caminar debajo de cerezos orientales en un jardín donde los ciervos mueren libres.

Algo sí quiero contar: la desesperación de aquella playa con gaviotas hambrientas.

Has llegado a este texto y no quería invocar a tu fantasma.

Le invito un té y vuelve a mirar el reloj. Hasta en lo escrito me abandonas.

Te contaría, no obstante, cómo juegan los monos en una pintura de Frida Kahlo.

Luego te dejaría ir con una maleta muy pesada. Yo misma me habría encargado de guardar ahí toda la sangre. O no. De guardar ahí un autorretrato de mujer al borde de otro libro.

¿Y si al final todo es espejo?

Qué bueno que no deliramos completamente. Solo llegaron algunos ángeles a nuestra casa. No más, solo el canto de una ola. No más. Solo tu martillo de las brujas.

Algún día voy a convertirte en otro, en una obra hiperrealista.

Verás qué se siente ser una copie conforme, llevar aretes rojos a lo Juliette Binoche.

Falsificar el instante, esa es mi búsqueda.

El corazón, una máquina distópica y no olvido lo que dice porque en vez de bailarina lleva dentro una Casandra. Repite que no tenemos porvenir por más poemas insepultos.

Deja de escribirme como a las modelos de Picasso.

Abre un paréntesis ad infinitum.

Deja secar otro garabato duelante de este lado de la vida.

Equipo de Redacción

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