Las misiones de la poesía; por Alma Karla Sandoval

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En esta entrega, Alma Karla Sandoval explora la idea de la poesía desde los versos de una poeta a quien le dedican un festival en el Caribe.

Estoy en una isla y eso, a veces, equivale a decir que respiro al interior de un sueño. Por si ese marco, pared de agua turquesa, de sol en ristre sobre los hombros no bastara, vivo durante algunos días la posesión por pérdida de un espacio que me pertenece y no como la dialéctica de Benedetti en uno de sus mejores textos. En mi mente, ese jaloneo textual conecta con otro, son días de tensión, de palabras flotando en la piel y sonrisas. En el Caribe se sabe brindar porque la colonia nunca es un estado de ánimo. Quizá un defecto del instante. Para salvarlo o tomarle una foto está la ilusión de la metáfora. Nada puede estar peor si aún puede decirse, a la Sontag, que el tiempo existe para que nada nos sucede al mismo tiempo y el espacio para que no todo le ocurra a una misma persona.

Todo buen poema es la invención de un cronotopo, quiero decir, un reino donde las cosas nos hablan o se hablan entre ellas.

Pienso en una suerte de prestidigitación del destino cuando nos comunicamos en esa clave, pues la poesía, como un no-lugar que nos abraza, existe para vibrar intensamente desafiando nuestra condición finita. Toda persona con un verso en la boca siente brotarle un ala en todo aquello que le dijeron que no es posible: una idea como una llave a otro universo, un horizonte irrecuperable.

Pero este texto no es para darle más alas a lo que entendemos como poema que siempre termina en artefacto, poesía erecta a la usanza a de un flechador apuntando al dialecto sideral de la noche. No, más allá de lo que puede pensarse o “penarse”, si la poesía se parece a un estado de ánimo poco frecuente en la humanidad, pero compartido igual que los trances o los trenes, más nos vale respirar hondo como en un poema de Etnairis Ribera combatiendo con las manos habitadas por su protesta y la visión de una estética que triunfa porque en la síntesis de su discurso abre el cuerpo del lenguaje.

En uno de los libros de la poeta puertorriqueña, Intervenidos, un texto titulado “Este es el canto justiciero”, reza (tomo ese verbo con toda alevosía, hay autoras que no pueden más que orar cuando poetizan):

Este es nuestro canto.

El que sienta miedo, que respire hondo,

que piense en el mar,

en el beso de su amante.

Amor desbocado buscando su justicia como suele ocurrir en algún verso de Gamoneda. Otra de las misiones del oficio poético es recordar que no somos eternos, “sólo una vez acá”, dijo el poeta Netzahualcóyotl, en esa contingencia radica la gracia, en ese peso de la gravedad irremediable cayendo como manzanas, precipitándonos en suspiros, entendiendo, al fin y al cabo, que pensar en el mar es una convicción y que el beso de un amante, un arma en contra de la muerte.

Estoy en una isla interpretando un rol, el de la única persona que me interesa para el resto de mi vida.

Equipo de Redacción

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