Las “columnas” de nuestro Partenón; por Maurizio Bagatin

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Maurizio Bagatin hace un repaso y, al mismo tiempo, un homenaje a las columnas (y columnistas) de los medios periodísticos culturales y de opinión del siglo XX y XXI.

Esperábamos el lunes para leer las columnas de algunos periódicos. La “Terza página”, donde Enzo Siciliano, Giovanni Macchia, Pietro Citati, Renato Minore y otros críticos literarios nos hacían evadir de los debates del día después del gran futbol de los domingos. En La Repubblica, era un placer leer a Gianni Mura todos los lunes, y recuerdo el poema en prosa que Gianni Brera dedicó a Maradona, el día después de su fatal tropiezo con el doping. En un café en Paris se acercaron muchos “portugueses” para entender a qué se debía tanta emoción. El elzeviro o el feuilleton de un tiempo fueron nuestra ilustración. Los coleccionábamos sustrayéndolos en los bares menos frecuentados, esperando antes del cierre que algún buen cantinero cerrara un ojo. Il primo viaggio intorno al mondo de Antonio Pigafetta fue fruto de esta delicada obra de sustracción, colección y empastado.

Luigi Pintor fue uno de los grandes periodistas italianos, marxista encarcelado durante la segunda guerra mundial, combatió con los Grupos de Acción Patriótica (GAP) y fundador de il manifesto, en sus inicios fue una revista y luego un diario que no se publicaba los lunes, respetando un día de descanso como toda la clase obrera del mundo. Sus “cursivos” fueron tal vez los más brillantes y lucidos de todo el periodismo italiano. Entre los años setenta y principio del siglo XXI supo destilar el estado de ánimo de la política del “Belpaese”. En dos páginas, le gustaba reiterar, siempre se podía resumir muy bien un tema cualquiera para un periódico. A veces voy a refrescar mi memoria en el libro Políticamente scorretto que reúne sus magistrales artículos que aparecieron en il manifesto desde 1996 hasta 2001. Hay un artículo de él, “L’angelo (El ángel) del 12 de abril del 2001 que quedará para siempre entre mis artículos más amados.

Rossana Rossanda fue con Pintor fundadora de il manifesto, intelectual y feminista intentando superar la primera ola, nos deleitaba con profundas análisis, abriendo brechas a mil preguntas, abriendo caminos para unas respuestas. En su libro La ragazza del secolo scorso (La muchacha del siglo pasado) desnudó muchos de los errores de la izquierda italiana como también las debilidades de toda la izquierda del mundo. Fue alumna y discípula del filósofo Antonio Banfi, entre Marx y Althusser, critica con todo y con todos, amaba la literatura como pocas periodistas en aquellos años.

Con la Rivista Anarchica nunca sabias por dónde empezar, el mensual fue desde siempre un espacio de pensamiento libre y de formación libertaria. Sus fundadores lucharon adentro y afuera de la revista. En dirección obstinada y contraria, hubiera dicho el poeta Fabrizio De André, que por apoyarlos organizó un concierto a favor de la revista; Paolo Finzi, Felice Accame, Luciano Lanza hasta llegar a nuestros días con artículos de Nicoletta Vallorani y David Graeber, análisis tan profundas como las de Andrea Papi, Antonio Cardella y Francesco Codello, los viajes en el espacio musical libertario de Alessio Lega y Marco Pandin, las visiones de Gianni Sartori, auténticas columnas de sobrevivencia en este mundo cada día más frágil. Y muchos de los que ahí escribían estoy olvidando, sin propósito naturalmente.

La palabra escrita dominaba nuestro imaginario, el discurso era para crear un culto a la personalidad que siempre aborrecimos. Leíamos y construíamos mundos para nuestra libertad.

Las columnas de Orianna Fallaci, toscana de pura cepa, partisana y primera mujer italiana corresponsal de la guerra en Vietnam, eran atracción y repulsión, alfa y omega, ying e yang. Batallera desde los cuatros puntos cardinales, como el otro “toscanaccio de pura cepa”, Indro Montanelli, sus intervenciones podrían liberarte o podrirte pero siempre te dejaban algo en que pensar, debatir, esforzarte; sus ideas las pagó siempre en carne propia, la inmensa Orianna. Firme en sus convicciones, no supo reflexionar las críticas de los grande amigos que la socorrían, primero entre todos Tiziano Terziani. Se lanzó donde en aquellos años otras mujeres ni imaginaron llegar y fue empalideciendo como el humo de sus miles cigarrillos.

Cuantas columnas, Marco d’Eramo los jueves en La Talpa, Enzo Tiezzi en Arancia blu, y Umberto Eco en su Bustina di Minerva; los lunes Michele Serra acompañaba el “dopolavoro” (después del trabajo) en Cuore, la revista satírica que por un tiempo remplazó Il Mal, intentando reconducir la izquierda después de los años del reflujo.

El escándalo que nunca más leímos fue Pier Paolo Pasolini, el poeta profético y el visionario incómodo; incómodo para la clase política y para los intelectuales, para el pueblo y para la iglesia, para el poder. Amado y odiado, hoy es la gran voz ausente de una sociedad que, como la imaginó el, parece realmente mutada antropológicamente. Y algo más.

La “Terza página” fue sustituida a final del siglo pasado con las secciones culturales, con los suplementos semanales. No encuentro hoy un elzeviro, un pasquín o un panfleto, rara veces una voz afuera del rebaño; Houellebecq en sus novelas, Žižek psicoanalizando nuestro tardo marxismo, Sloterdijk liberado de la escuela de Frankfurt y algunos liberales que, perdida su virginidad, han resultado ser más libertarios que los progres hoy empreñados de una liturgia escandalosamente obsoleta.

Nuestro Partenón se hizo cada día más frágil, a falta de la palabra escrita, de su dominio, no llegó el silencio, sino el refugio en la literatura. La prensa no siguió alimentando el hambre de nuestra ilustración. Hoy el periódico, vacío de opiniones libres, se parece cada día más al epitafio que Tolstoj le dictó en el epilogo de Guerra y Paz.

Equipo de Redacción

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