«La vida, 133 palabras y 33 contextos» de Martina Villar; por  Angélica Guzmán Reque

0

Angélica Guzmán Reque nos acerca «La vida, 133 palabras y 33 contextos», obra de microficción de Martina Villar

Los recuerdos son los tesoros que se mantienen atrapados en el almacén de nuestras almas, para mantener el corazón caliente cuando estamos solos”

Becky Aliaga

Estoy segura de que, no existe persona en nuestro mundo, que no guarde dentro de sí, algún recuerdo, de lo contrario sería una persona desmemoriada, insensible porque no hay momento feliz que no lo atesoremos en el cofre de los recuerdos. Es lo que nos propone la escritora Martina Villar en su hermoso texto de microcuentos, de acción continuada y narrativa poética, en primera persona: La vida, 133 palabras y 33 contextos.

¿Qué recordamos? generalmente momentos emocionantes; aquellos que vienen cargadas de emociones recientes o recuerdos vivenciales que son parte de momentos de enojo, tristeza, nostalgia, felicidad, que son los que se mantienen, casi permanentemente en nuestros recuerdos, como dice la autora, en recuerdo de la hermana querida que ya no está presente. “Diobana se imaginaba viviendo tranquila, disfrutando del espacio, admirando la estela que deja el tiempo y las estaciones, agudizando sus sentidos ante la intemperie y la madrugada. Y sorprenderse ante el amarillo de la hierba, cuando el sol quema sin piedad.

Es la hermana que perturba sus recuerdos nostálgicos porque, sin ella, piensa que ya no podrá ser posible la felicidad que sintió y vivió con ella. Recuerda las interminables charlas, las cuitas de amor, lo esencial, esa risa que sonaba sincera, sonora y contagiosa:” A Diobana y a mí nos fascinan las carcajadas, el humor, el compromiso, las historias ajenas, caminar y la vida. Y sentarnos a reflexionar y respirar. A ambas la lectura nos hipnotiza. Sin embargo, es posible que nuestras vidas nada tengan en común, pues no solo los gustos son los que unen.

Otro elemento al que le dedica muchos capítulos es a la naturaleza. La autora reniega del mal trato que el poder humano le confiere, sabemos que, la naturaleza, no es un elemento más de nuestro medio ambiente porque es uno de los esenciales, y, como tal debía merecer el cuidado que merece tenerlo. Los especialistas coinciden en pensar que la forestación es fundamental, ya que los árboles cumplen funciones vitales para todos los eres que habitamos este planeta, nos dice la autora, profundamente disgustada: “Ante los gigantes verdes, esculturas magnas que pare la vida, una masa humana oculta su cara más amable y agarra a la tosquedad como compañía preferida, aplastando los valores éticos, el germen de la vida./Me pregunto atormentada, con ese dolor que comprime mi comprensión, cómo es posible esta crueldad mientras tiemblo espantada. Ese idéntico espanto, disfrazado de mil formas, siempre horroriza.” Dice un proverbio indoamericano: «Solo cuando el último árbol esté muerto, el último río envenenado y el último pez atrapado, te darás cuenta que no puedes comer dinero»

Estos pedidos de auxilio nos involucran a todos porque debemos tomar conciencia del valor de la vida,

de la necesidad de hacer un balance de nuestras propias necesidades, dejando de lado los intereses económicos que reporta la sobreexplotación de los bosques, de los minerales, es lo que nos dice la autora, cuando expresa: “La praxis del respeto sería un excelente comienzo para la salvación de la vida.” la urgente necesidad de delimitar nexos entre economía, sociedad y naturaleza que, necesariamente requerirá un inevitable cambio cultural.

Esta realidad de sentimiento la conducen al recuerdo de la casa donde se crio y vivió los momentos felices de su infancia, de aquellos momentos que guardamos en el recuerdo como inefables, porque los juegos, las risas, la compañía son parte de las fotografías, de charlas y recuerdos: “Jamás hubiese podido imaginar aquella experiencia que me tenía reservada la isla del Hierro. Según respiré su atmósfera me sumergí en otra dimensión. Y no, no se trataba de jugar con los relojes del tiempo ni de la historia. Sencillamente esos días comprobé cómo se vive en el paraíso. (…) Lo sé, llámame loca. Pero les aseguro que allí todo coexistía de manera diferente. Y más aquella noche. Repasando las fotografías, tomadas en aquella casa deshabitada, las imágenes corroboraban lo que anteriormente había percibido. En aquella casa yo no estaba sola.” La casa, ese espacio que lo sentimos tan nuestro es también para de los recuerdos, cada resquicio, cada engranaje, cada una de las paredes guardan diálogos, charlas banales, risas, juegos, por eso son parte muy nuestra y muy querida. Volver al hogar, a la lumbre, al dintel, será, por siempre volver a revivir el transcurso de nuestras vidas: Desde niña quise esta vieja casa. Ahora vivo en ella y lo agradezco. Desde que amanece, sentada sobre esta destartalada silla, agradezco también cuando ingiero los primeros alimentos. Las comidas las extiendo sobre esta mesa con falta de lija y barniz. Tomando mi taza de té caliente y el vaso de naranjada sé que soy afortunada. ¡Y es que no es poco vivir! Vivir sin guerras.Por eso se pregunta porque su amor y sensibilidad de vida no le recuerdan su lado egoísta, sino: “pregunto ¿cómo serán las ventanas de esos rostros que sufren la barbarie de la guerra?”

Otros de sus recuerdos recurrentes son sus lecturas, los poetas que la acompañaron y que lleva en la memoria, como una canción los versos que, no solo los leyó, sino los memorizó y afloran en su momento oportuno, como los de Gabriela Mistral: “Abril, abrir, espuma y Gabriela Mistral se fusionan. Sus poemas en el universo, en la eternidad, mientras las abejas —la naturaleza sabedora de la mínima casualidad— susurran a las flores, danzando, idénticos versos: *“yo te enseñé a besar con besos míos inventados”.

Para la autora, gran escritora, una excelente lectora. Se nota que ama la lectura porque tiene recuerdos que los evoca en metáforas de gran valor en su recorrido de flores y esperanza que abre senderos de luz y no permite que el tiempo se detenga, menos nos encasille:”*“¿Qué es un misterio sino algo que permanece oculto?”. Cerré el libro cuando uno de los personajes de Doña Oráculo comenzaría a disertar barrabasadas. Y me quedé con el vocablo que mi cerebro escogió y retuvo: misterio. Seguidamente, automatizada, de manera involuntaria, seducida por un halo inenarrable, me dirigí hacia la puerta de entrada de la vivienda. Cada vez que salía al exterior, contemplando la montaña, esa masa pétrea, percibía una transfusión de satisfacción y de paz. Cada tarde los focos de luces que manejaba el astro la dibujaban diferenteO, también esta otra de inenarrable belleza en el decir:” Cerrando lentamente el poemario de Mercedes Pinto, Diobana susurraba “Arrancando las piedras duras para sembrar mi jardín”, arrastrando cada palabra con una especial decadencia, depositándolas sobre su santuario, el hibisco de flores rosadas de su jardín.

No puedo dejar de referirme a sus meditaciones que guardará en el recuerdo, las que mirando el ocaso y contemplando la belleza del mar, se pone a pensar en la belleza de la vida y expresa: “El misterio de la vida construye paisajes, escenarios y una diversidad de formas y estructuras. Pero también inventa aquello que percibimos y que, aparentemente, se muestra como algo intangible. El amor, la bondad, la belleza y la magia que pare la vida es incomparable. Ella es el modelo que debemos elegir para mejorar y sanear nuestras moradas, nuestras esquinas, nuestros barrios o nuestras heridas. Ella nos ayudará a coser nuestras cicatrices.”

Como, seguramente, advertirán, queridos lectores, las obras de Martina Villar están expresadas con una exquisita belleza, muy claras y nítidas, donde manifiesta maestría en el manejo de la palabra. Los invito a leer, seguro los apasionará. Nos dice el escritor, Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

Equipo de Redacción

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *