La mejor canción, el mejor poema, el mejor ensayo del mundo; por Alma Karla Sandoval

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Alma Karla Sandoval escribe un ensayo para honrar al poeta mexicano recientemente fallecido y, para ello, explora no su poesía, sino, sobre todo su obra ensayística partiendo del discurso de aceptación del premio FIL de Lenguas Romances que se le otorgó en Guadalajara en 2019.

A veces, cuando escribe ensayo, se siente una groupie.

Hay quien en sus fantasías de escape desea irse con el circo. Ella quiere huir de gira con un grupo de rock, ser Kate Hudson en Almost famous, versión musical de El guardián entre el centeno.

A veces, cuando escribe ensayo, no puede dejar de subrayar o de cantar a gritos, corear canciones que son frases, poesía en trozos, horizontes del intelecto, de nubes que caen.

A veces, cuando escribe ensayo, va de un libro a otro sin parar, sin comer o dormir lo suficiente.

A veces, cuando escribe ensayo, se entera de la muerte de David Huerta.

Para honrar a ese bardo explora no su poesía, sino una de las máscaras ensayísticas del autor: el discurso de aceptación del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances que se le otorgó en un escenario prepandémico: Guadalajara, 2019. En dicho texto, el poeta habla del libro de Teresa González Arce, Días hábiles, “una obra maestra de diafanidad e inteligencia. Leí un breve pasaje en el que ella describe La mejor canción del mundo y se me ocurrió que podía sencillamente sustituir las palabras canción y canciones por poema y poemas, en un ejercicio de glosa o paráfrasis”, explica Huerta. Difícil resistir la tentación de buscar lo que comenta González: “La canción más hermosa del mundo es la que permanece en el alma para siempre, aquella que va entregando a cuentagotas todos sus significados y que resuena en la mente cada vez que entendemos algo que nos parece de verdad importante. Como si estuviera escrita en un idioma extranjero que poco a poco fuéramos aprendiendo, nos enseña con el paso de los años matices que, al descubrirla, no podíamos escuchar ni comprender”1, matices necesarios para vivir, cierto, también para aceptar la muerte de un poeta a quien se le sigue homenajeando. Por eso esta paráfrasis de su paráfrasis, por eso esta tentativa de hablar del mejor ensayo el mundo. Pero primero entendamos a qué se refería David Huerta:

Eso es, en verdad, el mejor poema del mundo. ¿Cómo podemos escucharlo, verlo, leerlo, citarlo, memorizarlo? ¿Existe realmente o es únicamente un “objeto conjetural” como los edificios de las grandiosas especulaciones metafísicas, a veces cristalinas, a veces brumosas? ¿Es quizá como el Aleph de la calle Garay, en Buenos Aires, una pequeña esfera tornasolada en la que, a pesar de su tamaño, podemos asomarnos a la totalidad del universo visible? Podemos escuchar, ver, leer, citar, memorizar el mejor poema del mundo si somos capaces de mirar ese lugar donde se ha instalado y que, lo diré cuanto antes, se confunde y aun se identifica con él: la mente humana, la mente de cada uno de nosotros, la mente de todos. La mente humana es el mejor poema del mundo.2

Y la mente piensa. Y el ensayo es un pensar que se embellece. Y la estética de la música de lo que pasa es un buscar sin hallazgo o con epifanías integradas en el ADN de su propio virus, de esa anomalía o derrota que, irónicamente, robustece al ensayo mismo. María Negroni sabe cómo enunciarlo:

Quien escribe entiende, como nadie, que las palabras son insuficientes, a menudo tramposas, incluso nocivas. Por eso, se coloca ante ellas con recelo. Desconfía del pacto utilitario, comunicativo u ornamental que proponen. Lucha contra ellas, a pesar de tener plena consciencia de que no existe, como advirtió el poeta vietnamita Ocean Vuong, una lengua para salirse de la lengua.

Toda escritura que se precie reflexiona, tarde o temprano, sobre la inadecuación entre lenguaje y mundo. 

En algunos casos, la operación es más visible, aparece en los ensayos que acompañan a la obra del autor o autora (pienso en Octavio Paz, Marina Tsvetáieva, y más cerca de nosotros, en Mario Montalbetti o Tamara Kamenszain).3

Trampa. Toxicidad. Desconfianza. Inadecuación. Extirpo esos vocablos, los tomo como muestra. Si tuviera un cubreobjetos y un microscopio…


A veces, cuando escribe ensayo, no sabe de qué manera continuar. Las ideas de otros la asaltan, la abruman y apesadumbran, la obligan a jugar con asonancias, asociaciones libres que le permitan confiar en el virus a pesar suyo, a pesar del cuerpo que es. En plena pandemia, sola, sin destino, sin poder escribir, escribió en Facebook el 18 de mayo de 2020: “Mido un metro con sesenta centímetros. Peso cincuenta kilos. Ya no puedo volar más de lo que este viento envenenado nos permite. No soy una golondrina.”

A veces, cuando escribe ensayo, se deja arrastrar por el influjo poético. Fracasa casi siempre, la cursilería es un riesgo no tan medido. Entonces se desespera y vuelve a la ilusión del mejor poema del mundo. Alguna vez David Huerta fue su tutor en las becas de Jóvenes Creadores del Fonca:

El mejor poema del mundo tiene la belleza del agua, es decir: del rasgo distintivo, el más sobresaliente, en el diseño de nuestro planeta, como dice el poeta Joseph Brodsky. He aquí una de las formas de esa ley de la que hablé hace un momento. Es la Hermana Agua de Amado Nervo; el agua de medusas de Coral Bracho; el agua multiforme de Francisco Segovia; el agua de Raúl Zurita, el gran poeta visionario de Chile, que la ha visto volar ávidamente sobre el Desierto de Atacama, como la vio, en Brasil, también volando por el cielo y los techos, mi querido y admirado Néstor Perlongher, quizás el argentino más encantador que he conocido. El agua que bebemos, el agua de la llovizna y el chubasco, el agua en las manos y los pechos, el agua de los baños lustrales, el agua insaciable de la sed mitigada, el agua que llena el vaso sublime en el que José Gorostiza contempla con estoicismo la cadena inmensa y llameante de la regeneración cósmica (planta-semilla-planta) y la extinción sin fin de todos los seres, una aniquilación paradójica que se confunde con la vida, que es la vida misma, la vida infinitesimal y la vida sin límites en cuyos horizontes vemos el rostro de nuestros hermanos como en un espejo líquido, y en ellos nos reconocemos y hacia ellos dirigimos el fuego de nuestro corazón templado en esa agua interminable, cifra de toda belleza y poder central del mejor poema del mundo.4

Las aguas de adentro, sí, esas hijas de las nubes de las cuales se habló en la primera parte de este libro.

A veces, cuando escribe ensayo, debe recurrir a la tercera persona.


1 González Arce, Teresa. (2012). Días hábiles. Ciudad de México, UNAM, p. 19.

2 Se puede encontrar en “José Emilio Pacheco, poemas a la deriva”, https://web.facebook.com/JEPtextosaladeriva. Consultado el 3 de octubre de 2022.

3 En “A favor de lo indócil”. El texto completo se encuentra en https://www.eternacadencia.com.ar/blog/filba/item/seis-fragmentos-a-favor-de-lo-indocil-el-discurso-de-maria-negroni-en filba.html?fbclid=IwAR3J4wWfL4ugpsUsT4HaAdRArtWrKl49pfSLzA0Am_UCiGZYW4GDdnTSKnk. Consultado el 7 de octubre de 2022.

4 En “José Emilio Pacheco, poemas a la deriva”, https://web.facebook.com/JEPtextosaladeriva. Consultado el 3 de octubre de 2022.

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