La hermana de Shakespeare; por Alma Karla Sandoval

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Alma Karla Sandoval diserta sobre dos grandes autoras: Sor Juana Inés de la Cruz y Virginia Woolf a propósito de la hipotética hermana de Shakespeare.

La joven de veintidós años que fui memorizaba partes completas de Una habitación propia. Recuerdo que copié muchas frases en un cuaderno cuadriculado, que como ya había aprendido el aislamiento, me alejaba para leer a la inteligentísima Virginia Woolf. No miento si digo que me incomodó la figura de una supuesta hermana de Shakespeare. Por ese personaje es fácil deducir que varias obras firmadas con el vocablo anónimo corresponden a una mujer. Virginia sostiene que el cielo no es más que una inmensa biblioteca, que los lectores, cuando lleguen a entrevistarse con San Pedro, no querrán pedirle nada porque han amado la lectura.

     Pienso que más allá de la objetiva conclusión de que para escribir novelas o versos una mujer debe tener suficientes libras al año y un cuarto con buen cerrojo, lo sustantivo del texto es la propuesta independentista de género mediante el vehículo de la lectura. Como Sor Juana en Carta a Sor Filotea de la Cruz, la novelista europea dice que primero es el huevo donde se gesta un organismo lector, devorador, curioso, y luego la gallina en que se convierte una mujer autónoma.

     Gallinas. Vaya jugarreta del subconsciente. Miren que «Una gallina» es el título del famoso cuento de Clarice Lispector donde a la pobre ave no le va muy bien que digamos. La metáfora de la brasileña nos causa estupor y temblores (como diría Nothomb) porque para el orden patriarcal ella solo sirve para tener huevos y solo por esa razón es bien recibida en el seno familiar que la aloja.

¿Encierros elegidos?, ¿por qué Virginia siguió casada con Leonard?, ¿por qué no escapar del convento? preguntas simples; respuestas cortas. El esposo de la inglesa era editor, así que el matrimonio le convenía.

     La crítica de Lispector apunta más a la maternidad como epítome de cualquier mujer. Woolf, por el contrario, primero ataca un miedo antiguo: el de la soledad que convierte a las mujeres en madres y esposas infelices. Aquí es donde la inglesa es muy parecida a Asbaje. Las dos se dieron cuenta de que los libros con sus infinitas pantallas, ventanas, no sólo eran un catalizador, sino una noble costumbre que posteriormente se convertiría en adicción, ¿a qué? A la fuga, y, añado, a la búsqueda de acompañamiento dialogante con las y los autores de los libros que llegan y no abandonan.

     Sor Juana nos cuenta que en su cuartito a veces miraba el techo y sentía que los muros comenzaban a inclinarse con el fin de formar una pirámide. También observaba el baile de los trompos sobre los cuales vertía harina con el objeto de estudiar el dibujo de su trayectoria. Al leer esta carta algunos años después del ensayo de Woolf, noté que estaba frente a dos inteligencias parecidas. Pero más que nada descubrí sensibilidades muy rebeldes debido al cautiverio de sus circunstancias.

      ¿Encierros elegidos?, ¿por qué Virginia siguió casada con Leonard?, ¿por qué no escapar del convento? preguntas simples; respuestas cortas. El esposo de la inglesa era editor, así que el matrimonio le convenía. Además, cuando las crisis, solo él manejaba los estallidos bipolares de Woolf. Sor Juana no podía estar mejor que alejada de tentaciones mundanas, de la pobreza sin libros que no es igual que la pobreza sin ellos. Porque si de decir la verdad se trata, le faltarían muchas cosas a nuestra colonial amiga, pero nunca un plato de lentejas. Con todo, ambas no estaban a gusto. Era la época, dirán, está bien. Pero yo conozco a muchas que en años posteriores e incluso ahora, no se sienten bien. Escritoras que optaron por el suicidio hay muchas.

     La locura, cargada de profecía, de saber dominante, también es un cautiverio. La opresión misógina que velada sigue rigiendo y enfermando el rumbo de las relaciones en todos los campos de la vida, es una celda invisible. Así que la época influyó, cierto, pero no fue del todo determinante. La hermana gemela de Shakespeare habría sufrido lo mismo, con o sin universidad. No es que contradiga las tesis de Woolf, al contrario. Pero su cortesía frente al análisis de desigualdad de género, peca de ingenuidad. También conmueve porque si es verdad que en este tiempo las mujeres asisten a universidades y cursan doctorados, ¿cuántas presidentas hay en el mundo? No paso por alto los avances, que quede claro, no soy injusta, sin embargo, leamos críticamente a Sor Juana y a Virginia Woolf cuando más feministas y por ende audaces, nos parecen.

     Una joven del 2022 puede pensar que sí hemos dado grandes saltos porque no nos tenemos que meter de monjas para escribir, porque no tenemos que soportar una enfermedad de la mente sin litio o prozac para funcionar como novelistas. Lamento parecerme a Casandra, pero quiero decirles que con todo y fármacos e incluso el hecho de que una mujer viviendo sola cada vez sea menos mal vista, la escritura es muy difícil y la cosa empeora si el imaginario social sigue presionando con que te cases, tengas hijos y así no te conviertas en una bruja sola, amargada.

     De ahí que sí, las escritoras necesitan además una escafandra al interior de su cuarto. No podemos estar sin ella ni un momento. Aunque estemos solas, los ecos patriarcales se cuelan por debajo de las puertas. A veces hasta en los sueños aparece la amenaza, ¿quién no se ha despertado en medio de la noche porque la pesadilla era real, increíblemente real? Por eso Woolf privilegia la lectura, antes que el dinero o el espacio. Y es que de libro en libro las mujeres desarrollan la habilidad de ser escurridizas, de saberse ir cuando es la hora de la misma manera en que un libro llega a su final porque, aunque el desenlace puede ser eterno, no así la vida de nosotras, mortales en riesgo permanente de ser cazadas. Solo leyendo ejercitamos ese músculo que yo llamo valentía para hacer maletas y esquivar la tutela de los padres, los novios, los maridos, los hijos y buscar una habitación propia que no se limite a las cuatro paredes de Sor Juana. Solo con la lectura las cosas suceden por partida doble: cuando las imaginas en tanto que las sueñas y a la hora de abrir el cuarto para salir a realizar las ilusiones porque la habitación, sin saber cómo, se ha vuelto el mundo entero.

Equipo de Redacción

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