La bruja Tituba, Angela Davis y Bell Hooks; por Alma Karla Sandoval

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Alma Karla Sandoval reflexiona en su columna sobre la política de cancelación de escritoras por el estigma del color de su piel.

Te miro, esposa mía, y no veo más que a una mujer rota. Después de todos estos años juntos, aún no comprendes este mundo de blancos en el que vivimos. Te crees que puedes hacer excepciones. Que algunos son capaces de apreciarnos, incluso de amarnos. ¡Cuán equivocada estás!¡Hay que odiar sin hacer distinciones!

Tiene gracia, John Indien, que precisamente tú me vengas con esas. Te comportas como una marioneta entre sus manos. Bailas al son de sus canciones…

Llevo una máscara, vida mía. La máscara que ellos desean ver. ¿Quieren pintarme un par de ojos saltones e inyectados en sangre? «¡Sí, amo!» ¿Una boca carnosa y violácea? «¡Sí, ama!» ¿Una nariz como una porra? «¡A sus órdenes, señoras y señores!» Pero en el fondo, soy yo mismo y soy libre. ¡Soy John Indien! Todo este tiempo, veía cómo complacías y te desvivías por la pequeña Betsey y me decía: «¡Menudo chasco se va a llevar!».

¿Piensas que no me quería?

¡Somos negros, Tituba! ¡El mundo entero desea nuestra perdición!

Fragmento de la novela Yo, Tituba, la bruja negra de Salem de Maryse Condé.


No sabía cómo comenzar este texto. He tratado de proceder cuidadosamente por los tiempos que corren. Ya conté que pensaba referirme a las mujeres de color como “negras” dadas algunas de sus reivindicaciones, pero esto podría herir susceptibilidades o darles elementos a los y las haters. Las siguientes páginas abren con la siguiente noticia:

Los estudiantes de secundaria del condado de Pinellas, Florida, ya no tendrán acceso al primer libro de la escritora afroamericana Toni Morrison (1931-2019) The Bluest Eye en sus aulas o bibliotecas. De acuerdo con el Tampa Bay Times, los funcionarios del distrito escolar local anunciaron que habían retirado el título de circulación después de una revisión provocada por la queja de una madre. En The Bluest Eye, la primera novela de Morrison, publicada en 1970, la autora cuenta la historia de una niña afroamericana que creció después de la Gran Depresión. En el 50 aniversario del libro, en 2020, The New Yorker dijo que la obra “abrió un nuevo camino en el panorama literario estadounidense al colocar a las jóvenes negras en el centro de la historia”.

Al parecer, a la señora Michelle Stille no le gustó que se dejen leer a jóvenes de quince años libros con descripciones explícitas de actividades ilegales. Según ella, en esa obra de la Premio Nobel de Literatura 1933, hay ideas que pueden convertir a las escuelas públicas en “campos de adoctrinamiento marxista”. Da risa, la verdad, porque si eso fuera posible, la historia de Estados Unidos no sería la que es. Lo grave, es la existencia de una nueva ley estatal que insta a las escuelas a examinar todos los libros de la biblioteca, incluso en las aulas, que sean “perjudiciales para los menores”, libros donde las y los afrodescendientes sean protagonistas, estén al centro de lo narrado. Eso es lo que está detrás, no el marxismo que supuestamente se inocula, un conjunto de ideas que sí, enarboló por todo lo alto un ícono del feminismo de este color, Ángela Davis, expulsada de la Universidad de California donde era maestra de Filosofía auxiliar, pero antes alumna ni más ni menos que de Herbert Marcuse, por afiliarse al partido comunista. Era el año de 1969 y Davis se vincularía con el movimiento de las míticas Panteras Negras sin ser parte del mismo. No conforme con esas actividades públicas, tanto como clandestinas, estuvo involucrada con el caso de “Los hermanos de la Soledad”1, por el cual se le acusó de introducir armas de contrabando en la cárcel, de asesinato y secuestro en 1972. Luego de un año en prisión fue liberada al mostrarse su inocencia.

¿De qué tratan las ideas de Ángela Davis? En su libro Mujeres, raza y clase explica las causas por las cuales las reivindicaciones de las mujeres negras fueran sistemáticamente invisibilizadas con todo y el potencial revolucionario que encerraba su lucha. En varios capítulos, Davis analiza la composición de las diferencias que aún desgarran los movimientos políticos. Agregaría que dentro del feminismo con esa fragmentación entre quienes abrazan la defensa de los derechos de las mujeres por su sexo y las transfeministas pronunciándose “más allá del bien y del mal” de esa discusión.

Regresemos a nuestro asunto en este apartado porque ya se había dicho antes que el concepto de la mujer es blanco, por eso Bell Hooks se pregunta si ella lo es. El origen de esa duda se finca en la esclavitud a la que las mujeres de color estuvieron sometidas. Davis comenta: “El sistema esclavista definía a las personas negras como bienes muebles. En tanto que las mujeres, no menos que los hombres, eran consideradas unidades de fuerza de trabajo económicamente rentables, para los propietarios de esclavos ellas también podrían haber estado desprovistas de género. En palabras de cierto académico, «la mujer esclava era, ante todo, una trabajadora a jornada completa para su propietario y, solo incidentalmente, esposa, madre y ama de casa». A la luz de la floreciente ideología decimonónica de la feminidad que enfatizaba el papel de las mujeres como madres y educadoras de sus hijos y como compañeras y amas de casa gentiles para sus maridos, las mujeres negras eran, prácticamente, anomalías.”2 Precisamente por eso, por su fuerza, resistencia, por el carácter de “ente extraño” desprovisto de “ser”, las afrodescendientes aprendieron a hacer de esa condición la punta de lanza de estrategias de combate que se convertirían en las razones de su orgullo. Si es demasiado, qué mejor.

No sé ustedes, pero yo admiraré por siempre el sentido común de Rosa Parks ese 1 de diciembre de 1955 al negarse a ceder el asiento a un pasajero blanco y moverse a la parte trasera del autobús, donde todos los de su raza iban de pie. Ya sabemos en plena mitad del siglo pasado por ese simple hecho la encarcelaron, lo cual detonó el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, pero Parks no fue la primera, ese mismo año ya lo había hecho otra joven mujer, Claudette Colvin, diez años antes, Irene Morgan y 71 años primero que todas, Ida B. Wells. Ellas regresaban del trabajo seguramente agotadas, sin soportar un minuto más de pie y no aguantaron en el espacio público una imposición más de la semiesclavitud tácita de la que fueron objeto de explotación.

La memoria de esas opresiones, así como la necesidad de poner en marcha políticas concretas de solidaridad que hicieran posible una verdadera sororidad, llevó a Bell Hooks a sostener que no podría haber una real sororidad entre mujeres blancas y de color si las blancas no eran capaces de despojarse de su supremacía de raza, si el movimiento feminista no era antirracista. “Por fin estábamos creando un movimiento que no ponía los intereses de clase de las mujeres privilegiadas, especialmente las blancas, por encima de los del resto de mujeres”,3 esa aportación que deshace las células patriarcales muy ocultas del pseudofeminismo otorga, interseccionalmente, la propuesta de superar las fronteras entre clase, raza y género, pues el movimiento que protagonizan las mujeres es, en palabras de Hooks, “antirracista, anticlasista y antihomofóbico o no merece ese hombre”. Los caballos de Troya mencionados tratan de confundir con debates bizantinos que nos distraen de los vértices de las matrices donde se gestan los argumentos sólidos del feminismo de cara a una quinta ola alternativa que no deberá carecer de autocrítica suficiente para perder brújula o sextante.

Tampoco debemos olvidar que lo que la misma Audre Lorde se hizo esta pregunta:

¿Por qué debemos absorber la rabia de los hombres negros en silencio? ¿Por qué su rabia es más legítima que la nuestra? La ausencia de un punto de vista razonable y articulado de los hombres negros sobre estas cuestiones no es responsabilidad nuestra. Son los hombres negros quienes deben tomar conciencia de que el sexismo y la misoginia son disfuncionales para su liberación porque provienen de la misma constelación que el racismo y la homofobia.4

Solamente alguien que se aprecia y se enorgullece de ser quien es, de hacer lo que ella ha querido con lo que hicieron con otras como ella, es capaz de hablar en esos términos y asumir que “el amor y el autocuidado hacia una misma es un acto de resistencia política”. Si esas líneas no las pasamos ni con una jarra de agua fresca, pasemos al famoso libro de Fanon, Piel negra, máscaras blancas, donde se lee:

Desde la parte más negra de mi alma, a través de la zona sombreada, me sube ese deseo de ser de golpe blanco. Yo no quiero ser reconocido como negro, sino como blanco. Pero (éste es un reconocimiento que Hegel no ha descrito), ¿quién puede hacer esto, sino la blanca?

Amándome, ella demuestra que soy digno de un amor blanco. Me aman como a un blanco. Soy un blanco.

Mi amor me abre el ilustre corredor que lleva a la pregnancia total… Desposo la cultura blanca, la belleza blanca, la blancura blanca. En esos pechos blancos, que mis manos ubicuas acarician, hago mías la civilización y la dignidad.

La entrega sexoafectiva de una mujer de color, entonces, no vale lo mismo para esos hombres de piel oscura con máscara blanca aun en una época en que los matrimonios interraciales parecen estar “normalizados”. No obstante, los retos de la discriminación siguen estando a la orden del día en la segunda década del siglo XXI. Pregúnteles a Harry Windsor y Meghan Markle porque cuando una celebridad de color se une a una mujer de tez blanca, no hay tanto escándalo. Al revés, sí. A ellas suele castigárseles de algún modo por haberse atrevido a unirse con un blanco o con un hombre de tez muy oscura. Ellos no son tan mal vistos, tan estigmatizados, después de todo, ellos son los hombres.

Me parece que las feministas afroamericanas, así como las lesbofeministas han hecho, quizá, los aportes más potentes en relación con la sororidad, ya que, si no se reconoce que el movimiento feminista antirracista es un clave esencial para hermanarnos realmente y tramar alianzas, estamos perdidas. Las afros también demostraron la emancipación de la mujer que no se muere sin hombre (a veces a causa de él, de su “amo” blanco o amante blanqueado) porque la vida es posible en un contrauniverso donde ellos no son dios ni las mujeres esclavas de la búsqueda de su aprecio, de su admiración porque los consideran superiores. No obstante, es de nuevo Bell Hooks quien asegura desde la crítica del amor romántico que el amor simétrico, sin apellidos medievales, es posible gracias al feminismo como llave:

Una verdadera política feminista nos libra de las cadenas y nos conduce a la libertad, nos lleva de la ausencia del amor al amor. El apoyo mutuo es la base del amor y la práctica feminista es el único movimiento por la justicia social de nuestra sociedad que crea las condiciones en las que se puede cultivar.

Cuando admitamos que el amor verdadero se basa en el reconocimiento y la aceptación, que ese amor se construye sobre la gratitud, el cuidado, la responsabilidad, el compromiso y el conocimiento mutuo, entenderemos que no se puede hablar de amor sin justicia. Si somos conscientes de ello, comprenderemos que el amor tiene la fuerza de transformarnos y nos da la fuerza para oponer resistencia a la dominación. Elegir la política feminista es elegir el amor.5

Mujeres cuyas ancestras fueron esclavas pueden hablar del amor y la ternura a pesar de las opresiones, del estigma del color de su piel. De eso se saben orgullosas, de las respuestas o soluciones que a los debates feministas han sabido dar porque su descolonización no es teatro, sino una práctica cotidiana donde el apoyo a las otras y el respeto a una misma es evidente porque saben que si ellas no cuentan con las demás o renuncian al autocuidado, nadie va a salvarlas. Si este tipo de orgullo por ser demasiado en tanto que efectivo, pertenece a la tribu de la dignidad, bienvenido siempre. Las blanqueadas y las mestizas tenemos mucho que aprender de ellas desaprendiendo mandatos supremacistas o relaciones patriarcales de sometimiento. No nos extrañe que en algunas escuelas se prohíban las obras de autoras racializadas donde ellas mismas se colocan al centro, un lugar que también les corresponde.


1 Según Wikipedia: “Los Hermanos Soledad fueron tres presos afroamericanos a los que se les imputó el 16 de enero de 1970 por matar a un guardia de prisión blanco, John Vincent Mills, en la cárcel Soledad, situada en el estado de California. George Jackson (Chicago, 1941 – San Quintín, 1971), Fleeta Drumgo (1945 – 1979) y John Clutchette (1943) formaban parte de la Black Guerrilla Family y eran los miembros más conocidos de este grupo. Se conocieron porque los tres estuvieron en celdas de aislamiento en la misma ala de la prisión Soledad. Fueron acusados de matar a Mills como venganza por el asesinato de tres presos negros. Este hecho ocurrió tres días antes durante una pelea en el patio de la prisión y fue perpetrado por otro guardia, Opie G. Miller.

2 Davis, Ángela. Mujeres, raza y clase. (1981). Editor digital Ronin.

3 Hooks, Bell. El feminismo es para todo el mundo. (2020). Madrid: Traficantes de sueños.

4 Lorde, Audre. (2013). La hermana, la extranjera. Madrid: Horas y horas.

5 Hooks, Bell. El feminismo es para todo el mundo. (2020). Madrid: Traficantes de sueños, p. 133.

Equipo de Redacción

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