
«Grumos en el cielo» de Héctor José Rodríguez Riverol; por Antonio Arroyo Silva
El poemario «Grumos en el cielo» ha sido traducido al portugués por Tanussi Cardoso y Ana Texeira. Hoy publicamos el prólogo de este libro de poemas.

PRÓLOGO
Cuando asumo la responsabilidad de prologar un libro de poemas, mi tarea jamás ha sido desentrañar el misterio tan inherente al poema como a la vida misma. Me gusta, de vez en cuando, mostrar algunos grumos de poesía que verdaderamente le dan valor al libro en cuestión.
Es un hecho demostrado que la poesía que no se asienta a la realidad de la vida y a la naturaleza que nos rodea, cae en saco roto. Es más, el poema es capaz de mostrarnos todas las caras de esa realidad, de la cual el mundo y sus circunstancias intenta inocularnos que solo existe una sola realidad verdadera: en ese caso, la de las palabras con significación denotativa. Árbol es “árbol”, casa es “casa”; pero aquí no se tiene en cuenta la relación de las personas con los objetos y las palabras.
Grumos de poesía – decía –; Grumos en el cielo, es el título que nos propone para su poemario.
En principio, parece expresarse con una fraseología de lo onírico (que no irreal) que linda con el surrealismo, pero sin perderse en las brumas del sentido. Dice Jorge Rodríguez Padrón que la sintaxis del poema es su semántica. Esta crea una realidad otra, la del poema. Esa sintaxis cargada de sentido opera a través de recursos como el ritmo, la dispersión de las imágenes, y en este caso, el léxico. Cuando todos estos elementos se ponen en movimiento con un mismo acorde, entonces el poeta logra cierta eficacia poética y, de ahí, pasa a tener voz propia. Es lo que pasa con Héctor José Rodríguez Riverol.
Experiencia de la naturaleza y del bosque, experiencia musical que intenta abrir mundos después del dolor. Sin embargo, hay puertas y aldabas de esperanza que sustituyen a esa cruz de sufrimiento de la humanidad. Aldabas que son troncos de árboles latientes como un corazón al unísono:
Hay aldabas sustituyendo a las cruces
en el lomo trasnochado del mártir
Así comienza nuestro poeta Héctor José una singladura que, aunque dure apenas 500 versos, distribuidos en 27 fragmentos, está llena de descubrimientos y de asombro. En esa brevedad está precisamente la intensidad a la que nos lleva ese torbellino de imágenes in crescendo. Se trata de un viaje en vertical, hacia arriba, en un claro del bosque hacia – como dice Héctor – grumos en el cielo. Una imagen muy visual y muy eficaz solo se descubre cuando alguien se encuentra perdido por esos bosques de la era terciaria de La Palma, la Laurisilva, donde apenas se ve el cielo, solo algún rayo de claridad que se desliza entre las ramas de los árboles. Como decía, un viaje en vertical que empieza en las raíces y termina en ese vislumbre de cielo. Y aquí entra el ser humano y su mirada, esa característica que justifica esta levedad que se percibe en todo el poemario.
y los brotes de flor albina sobrada de pétalos
que se enmarañan en estos hilos,
llámense amor o grumos en el cielo.
Quienes nos hemos internado en ese país con caminos que se bifurcan, en ese laberinto inextricable (que decía Borges), la laurisilva, sabemos que existen más de cinco sentidos y que la espesura de este tipo de bosque nos despierta la memoria, nos trae grumos de memoria que se entrecruzan como las ramas de la floresta en donde nos sentimos tal como somos: seres pequeños, perdidos ante la inmensidad. Y este sentimiento es el que despierta al poeta de siempre y a este poeta llamado Héctor José Rodríguez Riverol. El bosque real pasa a ser la selva del lenguaje y la maraña de los sentimientos, visiones, premoniciones y heridas aún abiertas por el dolor.
Pero no quiero extenderme mucho más. No pretendo que la mía sea la única lectura posible. Falta la de muchos lectores que aguardan a leer este poemario de Héctor José que, como el que les escribe, también supo escuchar la sinfonía del silencio del bosque palmero. También supo sentir el sufrimiento de un pino centenario cuando arde durante toda una noche. Lo sabemos, porque ese es el sufrimiento de toda la Creación y, por supuesto, de la Humanidad, que es una parte pequeña de la misma.
Quien no nos crea, que se compre un bosque y se pierda en él o bien que lea Grumos en el cielo y se encontrará la sonrisa eterna de Héctor José Rodríguez Riverol de guía hacia un claro de la vida.
Antonio Arroyo Silva
Gáldar, enero de 2021.