«Ese lugar existe» de Ulises Paniagua; por Maximiliano Cid del Prado

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Reseña de «Ese lugar existe» (Colección Digital de Novela Iberoamericana, Editora BGR, 2022) de Ulises Paniagua; por Maximiliano Cid del Prado.

CALEIDOSCOPIO

En Ese lugar existe de Ulises Paniagua el lector se encontrará ante un biombo de tiempos y espacios narrativos que se doblan y desdoblan entre vértices capitulares. Si todas las categorías del relato, desde el narrador, los personajes, los diálogos, las acciones y situaciones, etcétera, forman el todo del tejido textual, es válido decir que cualquier elemento de un discurso narrativo es significante. Comparable a goznes que articulan el cajeado prismático que significa una novela, con todas sus aristas, focos, luces y opacidades.

Si la dicotomía espacio-temporal, entonces, representa dos dimensiones ineludibles de cualquier texto narrativo, los espacios exteriores e interiores de Ese lugar existe, configuran una tipografía mimética alrededor de una guardilla, una ciudad, una casa en medio de la nieve, una fortaleza frente al mar y, por su puesto, una puerta por donde cada cierto tiempo se deslizan sobres con imágenes desoladoras. Construcciones, historias imaginadas, imaginarias e imaginantes que se van concatenando para la realización del mundo por medio del lenguaje.

Los espacios que ofrece esta novela no significan solamente un grado de mimetismo para con la pareja de protagonistas, el autor, el breve bestiario y su referencialidad, no. Los diferentes lugares, las escenas en donde se desarrolla la acción, constituyen verdaderos actores dotados de auténticas funciones. Paralelos y meridianos o ejes semánticos en donde los personajes se mueven para dar norte al lector hacia su significación.

Sírvase la hermosa frase: “There’s rosemary, that’s for remembrance. Pray you, love, remember. And there is pansies, that’s for thoughts.”1 de Ofelia en Hamlet, para ir más allá de lo simbólico y apelar a la memoria semántica que enuncia. El recuerdo en una obra literaria nos permite acceder a la información que hemos recopilado de manera progresiva a lo largo de la lectura y hacerla dialogar con nuestro horizonte cultural, con el texto mismo y con otras obras.

“Una historia es un mensaje en blanco esperando cobrar significado en una hoja, una pantalla”. Ese lugar existe propone una serie de personajes dialógicos que, como un sema vacío, se van llenando de significado conforme hablan.

Su etiqueta semántica, morfema en blanco, sólo se conoce y reconoce a través de la narración, en una operación gradual. Los lectores de la novela, por medio de la memorización, reconstrucción y asociación de estos semas van construyendo la significación de la novela.

Hecho borgiano: cada obra modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar la del futuro. Si todo personaje en la novela está constituido por unidades de sentido, es decir, por palabras y frases dichas por él, o por otros personajes a través de él, cada diálogo, vocablo, morfema tiene una carga significativa, incluidos los nombres propios. No sólo tenemos a Ofelia, personaje memorioso, creado para y por la memoria, sino la incorporación del autor como narrador ficcional.

Se cuentan entre los menos, dicho sea de paso, los autores que se han convertido a sí mismos en personajes de sus obras narrativas: Unamuno en Niebla, Henry Miller en Trópico de Capricornio, Borges en el Aleph. Ulises Paniagua nos revela su identidad en un acto desdoblado de memoria y evocación. Movimiento narrativo ensimismado que arrastra hacia sí una nostalgia absoluta en cada personaje: Ofelia narra la historia de su relación con el otro desde una perspectiva lejana, desde el encierro y hacia el encierro.

Es interesante examinar en la novela el punto de vista desde donde se narra. En casi todo el relato tenemos tres narradores que se hablan a sí mismos mediante un monólogo. Discurso indirecto libre o soliloquio que terminará por desdoblarse.

Es decir, Ese lugar existe propone encontrar otra forma de mirar un texto, no sólo visualmente con juegos tipográficos, sino porque la novela se construye desde diferentes personas narrativas.

Pistas para que el lector sepa, hacia el final, que debe cambiar su forma de leer: mirar el texto como quien mira a través de una caja de espejos.

En el uso de los pronombres personales encontramos la marca que localiza lingüísticamente el relato, espacialmente, a través de los capítulos y en el aislamiento, el hilo conductor que va tejiendo las diferentes voces. La soledad de los personajes sólo es rota por un evento trágico-catártico: un disparo, detonación detonante. Este hecho se sitúa intencionalmente hacia la última parte para lograr un efecto final sorprendente, ya que, en gran medida, de él depende el éxito del relato con sus juegos narrativos, alternancias de cursivas-redondas, y espacios capitulares.

Aquí es donde se pone en juego la recepción lectora; se trata más que una construcción de escenas, diálogos y árboles de parentesco, la novela incita al seguimiento de las palabras a través de la vista. “Músicos callados contrapuntos”, sentencia quevediana para el juego de voces narrativas que hablan para construir el desplazamiento semántico del sentido. Viaje significativo que remata hacia el final de la novela con la frase: “La historia de alguien que imagina a alguien, que a su vez imagina a otra persona”. Sentencia que expone la tramoya literaria: un lenguaje que busca a otro que interpreta. Ese lugar existe, en suma, es la novela donde el lenguaje se revela como potencia creadora: crear algo donde la nada reina.

Maximiliano Cid del Prado


1 Aquí traigo romero, que es bueno para recordar. ¡Te ruego, amor, recuerda! Y aquí hay violetas, que son para los pensamientos. Acto IV, Escena V, Hamlet. William Shakespeare. La traducción es mía.

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Equipo de Redacción

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