Entrevista al escritor Alberto Hernández realizada por Yu’i Páez

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Compartimos la entrevista realizada al escritor venezolano Alberto Hernández, autor de El teorema de Pitágoras y otros enredos forenses (Colección Digital de Microficción Iberoamericana, Editora BGR, 2022)

¿Podés hablarnos de tu libro ‘El teorema de Pitágoras’?

Alberto Hernández: El teorema de Pitágoras siempre fue para mí un verdadero teorema de Pitágoras en el aula de clases en bachillerato. Tanto me ´teoremizó´ que a esta edad provecta sueño con ese enredo en el que aún me veo metido. De manera que se trata de manía compulsiva: Pitágoras me persigue, me acosa. No he podido denunciarlo ante la autoridades de protección al menor porque hasta en eso me ha afectado: tengo mucha edad para la tal denuncia y porque Pitágoras está también muy viejo para ser apresado, pero su teorema continúa su afán de perseguirme. Por eso escribí ese libro y para que se calme lo titulé así. Ese es el origen de ese volumen medio matemático, medio flemático, medio temático, medio asmático. Y también, si el lector quiere, medio esdrújulo.

Tu nombre o pseudónimo.

AH: Yo nací con el nombre que tengo, el que uso para no olvidar que nací con él: Alberto Hernández. A veces el mismo nombre cree que soy un seudónimo. Porque se trata de un nombre tan común y corriente que se pierde en la larga lista de Albertos Hernández que viven en el mundo. Pero me conformo con él y lo celebro, aunque duela: Alberto Hernández, pero si alguien cree que es un seudónimo, igual da, me nombra o me borra.

¿Dónde naciste, dónde estás viviendo?

AH: Me engendraron en un campo petrolero de los llanos del estado Guárico, en pleno centro del mapa venezolano. Pero nací en una ciudad de la misma región llamada Calabozo, la Villa de Todos los Santos de Calabozo, aunque yo de santo nada tenga. Y vivo en Maracay, llamada Ciudad Jardín, aunque ya casi de jardín no le queda, en la que he nacido varias veces con mis hijos y nietos.

¿Cómo descubriste la escritura, cómo fueron tus inicios?

AH: Creo que ella me descubrió a mí. De niño, las palabras me perseguían como pájaros enloquecidos. Me daba por ponerle nombre de humanos a los árboles y apuntar con el dedo todo lo que veía. De ahí, de pronto, mi inclinación por el teatro. Balbuceaba un sustantivo e inventaba la cosa. Y me creía un dios. Nada nuevo. Cosas mías para responder a esta pregunta. Comencé a escribir en la casa, luego en el liceo. Escribía unos poemas horribles e inventaba personajes fantásticos y de vaqueros, tanto que uno de ellos se hizo famoso en el seno de la familia “Los hermanos Mackenzie”, que no tenía nada que con los Karamazov porque no los conocía. Uno de mis hermanos lo tomó en préstamo y lo presentó como suyo en el liceo. Pero cuando se descubrió la cuestión el cuentico se hizo famoso. De manera que la escritura fue como un animalito que fue invadiendo todo lo que veía. Todo lo que escribía. Hasta en las paredes llegué a dejar recados al tiempo. La lectura de las novelitas vaqueras, la pasión por los clásicos venezolanos gracias a la memoria de mi padre, quien siempre hablaba de ellos. La declamación de la poesía popular…Todo eso me empujó a meterme en este mundo de las palabras. Y aquí sigo, como al comienzo. Siempre empiezo.

¿Qué tipo o género de literatura hacés?

AH: Bueno, escribo poesía, pero me dio también por la narrativa. Vengo de un lugar donde los cuentos, los relatos, las historias contadas por los mayores se hicieron como una obligación. Creo que esa costumbre es global. Siempre hay una historia, un chisme o un secreto que contar. Sherezade nos precede. Había que inventar sucesos, eventos, mentir para crear personajes, situaciones, etc. Pero siempre he estado atado a la poesía. Con el tiempo comencé a escribir ensayos cortos, reseñas de libros, crítica menuda, etc. De modo que me gustan todos los géneros. Lo transgenérico hoy día forma parte de la creación literaria. En efecto, hoy todos los géneros son una sola voz: novela que contiene poemas. Poemas que contienen novelas. Ensayos que son novelas. Novelas que son ensayos o guiones teatrales. Y hasta recetas de cocina, aunque no sepa cocinar.

¿Sos autodidacta o tenés alguna formación académica?

AH: Uno nace en silencio, desnuda y sin palabras. La primera voz es un chillido. Nacemos ignorantes, sabios de balbuceos. Y luego aprendemos con el diario acontecer. Después llegó la universidad, mis estudios de literatura, una maestría en Literatura Latinoamericana. Muchas lecturas. De modo que soy autodidacta universitario, porque la universidad no enseña a escribir. Enseña a escribir la calle, la casa, los escarceos, la locura, la fealdad, la belleza, el paisaje, los afectos. Soy las dos cosas. Pero más todo lo contrario. Y para colma me han hecho miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. De manera que escribir, verle la vida ajena a los demás, produce frutos.

¿Cuánto tiempo le dedicas a escribir?

AH: Yo me pregunto ¿cuánto tiempo me dedica la escritura a mí? El periodismo me enseñó a escribir bajo presión. Escribo bajo presión o cuando la presión baja y me permite presionarla a ella. Es decir, escribo cuando quiero. Hubo un tiempo en que tenía un régimen, un horario dependiendo del tiempo luego de salir del aula de clases. Luego de impartir mis clases. Y en la sala de redacción de los diarios aprovechaba cuando no había pautas que cubrir y escribía. Guardaba textos y luego los revisaba. Podría decir que escribo siempre: uno no para de hacerlo con el pensamiento, con la mirada, con los cinco sentidos. Después uno rasguña sobre el papel o teclea para que la pantalla nos diga lo que hemos pensado.

¿Crees en la inspiración?

AH: No sé. Creo que no. Creo en los sobresaltos, en los sustos por una palabra que me asalta y me pega contra la pared. Pero no me pongo a esperar a esa señorita llamada musa. No la espero. Creo en el trabajo, en el esfuerzo, en las ganas de comerme el mundo con un poema, con un relato, con una ficción breve, con un grito o un gramo de silencio. Eso que llaman ´improntum´. Sí, de pronto aparece un fantasma y uno lo describe. Narra sus peripecias. O de un manotón lo espanta o lo borra.

¿Le temés a la hoja en blanco?

AH: No, no muerde. La hoja en blanco está allí para rellenarla, para cubrirla de voces, de aromas, hedores. La hoja en blanco es una pantalla para vibrar, un espacio para acostarse sobre ella y hacerla una cama de aventuras. Ese síndrome no me afecta. Y si pasa que ella se pone difícil, la dejo a un lado. O la boto en la basura, de haber escrito algo. De lo contrario la conservo, porque el papel está muy caro. Respeto una hoja en blanco porque sobre su cuerpo estarán las palabras un poco más tarde, tristes o felices sobre el lomo de la hoja ya no en blanco.

¿Tenés un ritual o escribís cuando tenés ganas?

AH: ¿Ritual? Ninguno. Escribo cuando tengo ganas o cuando me obliga el trabajo. He afirmado que escribo bajo presión. Podría ser que la presión sea un ritual. Pero, en realidad, no tengo una postura, un rictus, un horario, aunque el calor de mi ciudad me obliga muchas veces a trabajar en horas agradables, en la mañana.

¿Quiénes son tus escritores favoritos, qué tomaste como influencias de cada uno?

AH: La lista es larga y las influencias, incontables. De los poetas de mi país podría hablar de Eugenio Montejo, Pepe Barroeta, Cadenas, Vicente Gerbasi…son muchos. En narrativa, Enrique Bernardo Núñez, Adriano González León, Eduardo Liendo, Eduardo Casanova…Un recorrido por la literatura latinoamericana: Borges, Onetti, Monterroso, Fuentes, Cortázar, Juarroz, Reinaldo Arenas, Cabrera Infante…muchos. Son muchos los amores. Y si me pongo a enumerar a europeos o asiáticos…bueno, los que llenan las aspiraciones de quien pretende seguir soñando. Y yo siempre sueño.

¿Tomás notas de la realidad o hacés una investigación sobre el tema a desarrollar?

AH: Depende del tipo de trabajo. Si es poesía la realidad siempre estará presta a regalarme sus asombros. Tomo nota cuando hago una reseña o un ensayo. En el caso de la microficción: anoto y si no tengo a la mano papel y lápiz me voy repitiendo como un loro la idea hasta encontrar a un desprevenido y arrancarle un bolígrafo y escribirme en la palma de la mano lo que tengo en mente y ya en la punta callosa de la lengua de tanto repetir la imagen. O la copio en un trozo de papel encontrado en la calle. Al llegar a casa, desarrollo la idea. Un poco demencial, pero ahí radica la alegría de la creación, de su proceso de gestación.

¿Planificas las historias al detalle antes de escribirlas o las dejas surgir sobre la marcha?

AH: No. Todo surge, todo fluye. Voy sobre la marcha. Si se trata de un trabajo de investigación sí que planifico.

¿Has cambiado algún final después de escribirlo?

AH: Sí. Y algún comienzo también. A veces cambio todo. O no cambio nada. O dejo varios finales para que lector escoja. O me invento un final para mí, pero no lo escribo.

¿Tus obras para quienes están pensadas?

AH: Esta pregunta amerita varias respuestas. En realidad uno escribe para uno mismo, porque siempre uno se piensa como lector. Así en mi caso. Uno se imagina todos los lectores del mundo con los ojos puestos en tu obra. De manera que yo escribo para todos esos ojos que son también los míos. Uno y múltiple, escribo para quien quiera leerme. Pero en el momento de trazar mis ideas no pienso en nadie en particular. Se me antoja que alguien tendrá la delicadeza de leerme y entonces era ese el lector que uno buscaba, el que uno soñaba. Y así se multiplican los yos.

¿Tenés obras publicadas en papel o preferís la publicación digital?

AH: He publicado en papel, desde hace muchos años, más de treinta libros entre poesía, relatos, novelas, aforismos, ensayos, reportajes, etc. Con la situación política de mi país, que ha ocasionado una hecatombe económica, publicar en papel es una verdadera aventura. Una calamidad. Sería un milagro. En los últimos años, algunos títulos míos han sido publicados en digital. Prefiero, por supuesto, como todo escritor lo aspira, publicar en papel, pero…

¿Qué opinás de la autopublicación o preferís confiar tu libro a una editorial?

AH: Siempre aspiro a que me publique una editorial. Si es de prestigio, mejor. He publicado algunas cosas mías por mi propia cuenta. Pero la mayoría han sido por editoriales alternativas. De manera que mis libros poco se consiguen. Y el tiraje, muy bajo. Ahora, con la tecnología se llega más lejos, pero no es igual. Es un tema para discutir. Alcaro, quedan algunas editoriales en el país, pero son muy exigentes monetariamente, porque de lo contrario no podría sobrevivir. Me han rechazado en varias, porque seguramente no cuento con los recursos para pagar. El mundo editorial se hecho de revés: hay que pagar para que te lean. En lugar de ser lo contrario. Hay algunas editoriales que juegan perversamente con los costos… eso pertenece al mundo de algunas películas de terror.

¿Cómo pensás que debería ser en este momento la mejor forma de promoción de una obra literaria?

AH: Creo que la realidad actual, la nueva tecnología, ayuda a que el libro sea mejor promocionado. Las redes sociales, el Facebook, los blogs, los diferentes dispositivos y aplicaciones, etc. Los diarios en papel no se ven en mi país. El periodismo en Venezuela desapareció. No hay periódicos. Los enterró la revolución. De manera que quedan las redes, hasta ahora. Por esa vía se pueden promocionar los libros. No hay otra opción.

¿Qué proyectos tenés para el futuro?

AH: Seguir escribiendo pese a las dificultades. Inventar historias. Varios títulos tengo en archivos, a la espera de que alguien se interese por ellos. Pero el proyecto más importante radica en seguir viviendo, respirar para escribir. Respirar palabras. Muchas palabras. Parirlas.

¿Se puede vivir de la literatura?

AH: Yo vivo para la literatura. Nunca he vivido de ella. Intento pensar que ella es una vida que servirá de acicate para que otros puedan vivirla a través de mis historias y poemas.


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Colección Digital de Microficción Iberoamericana

Equipo de Redacción

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