Enséñales a dibujar un barquito de Tatuana; por Alma Karla Sandoval

0

«Para algunos, las redes sociales y su persecución son los dispositivos inmediatos del suicidio cultural de nuestros días. Da miedo decir lo que se piensa, no vaya a ser que ya nunca te publiquen», reflexiona Alma Karla Sandoval en su columna en gafe.info

El minuto del odio del que hablaba Orwell en 1984 se ha vuelto eterno. Cualquier opinión vehemente es hoy un arma política, un striptease ideológico en el que debes elegir la casa de tu linaje como en Harry Potter, aun cuando el héroe de esta saga no quería obedecer al sombrero seleccionador. Para algunos, las redes sociales y su persecución son los dispositivos inmediatos del suicidio cultural de nuestros días. Da miedo decir lo que se piensa, no vaya a ser que ya nunca te publiquen. Da miedo llamar a la urgente necesidad de matices y explicaciones porque eres invisibilizada, “tirada de loca” o de plano te dejan de seguir, te bloquean siendo este el mejor de los escenarios en la era donde la posverdad, la recreación del fake, logra su cometido. Ejemplo: voces de probada trayectoria intelectual se atreven a decir que el borrado de mujeres no existe como si el ocultamiento histórico de la producción artística femenina no hubiera sido un hecho. Otros más se alarman si se revelan las formas sociales (directas e indirectas) de complicidad patriarcal evidente en naciones misóginas o feminicidas.

¿Cómo entender la palabra “anónimo” con la que muchas escritoras firmaban desde el miedo?, ¿cómo contradecir las aportaciones de Mary Beard, especialista de la antigüedad griega y romana, quien explica los orígenes del silencio impuesto a las mujeres con mitos, peras y manzanas para dejar en claro los castigos, la horca o las hogueras que siguieron?, ¿cómo pasar por alto el hecho de que el libro de la galardonada académica y novelista, Joanna Russ, titulado Cómo acabar con la escritura de las mujeres y traducido al español hasta 35 años después, se descubran las estrategias usadas para ignorar, condenar o menospreciar nuestra voz?, ¿cómo seguir insistiendo en que el editopatriarcado es letal si no entienden ni una coma de lo que venimos postulando o están comodísimos peleando porque Almadía cancela a Carolina Sanín cuando la causa debe ser otra, nada baladí?, ¿cómo no reaccionar ante el hecho de que se confunde el transactivismo con el transfeminismo cuando este último según la autora de su manifiesto, Emy Koyama, propone alianzas incluso con las antípodas de otros feminismos1, es decir, busca el encuentro y no la separación fundamentalista-esencialista-capitalista que, como bien apunta Sayak Valencia se impone en un contexto necropolítico y necroadminsitrativo en el que las mujeres de todos los devenires, minoritarios o no, trans o no, tenemos que vivir y cuyo lazo en común como cuerpos disidentes en esta colonialidad es, en efecto, la muerte a la usanza de una tecnología civilizatoria?, ¿cómo explicar que ese es el quid de los feminismos hoy en día?, ¿cómo no sentir enojo ante la estolidez masculina de cara a la inteligencia de las mujeres que piensan distinto, whitemexicans aterrados por la luz y el valor del pensamiento divergente, cuando lo primero que señalan es la menopausia de las intelectuales colocándoles así la burka invisible en Occidente, signo del que habló Fátima Mernissi: el del tiempo, de la perpetua infantilización deseada de nuestras anatomías desde una visión pedófila que no superan porque la han erotizado en la literatura como copycats de Lolita?, ¿cómo enseñar desde el feminismo en este contexto abrumador, que descorazona cuando se supone que nosotras somos las herederas de Coatlicue?

Vengo a ofrecer algunas estrategias.

  1. Recuerda a Gloria Anzaldúa.

En “Carta a una escritora tercermundista”, la pensadora chicana encontró metáforas para analizar las fronteras que atravesándonos nos hieren siguiendo esta línea de María Lugones: “La raza no es más mítica ni más ficticia que el género, ambas son ficciones poderosas”, ¿será que desde ahí debemos pensar en otro cambio de paradigma como lo es el giro lingüístico, pues el en siglo XXI este ya se adivina identitario y riesgoso con algoritmos, con bots no siempre dispuestos a preservar lo humano en un mundo de inteligencia artificial y soberana? Intuyo que la biopolítica ya es botpolítica. Como sea y será, Anzaldúa nos regaló la visión del puente en nuestros hombros, los bordes espinados, antes de las marabuntas y los éxodos migrantes que las naciones poderosas hoy atajan. Sí, Gloría Anzaldúa recomienda que sigamos creando de este modo: “Escribe con tus ojos de pintor, con oídos de músico, con pies danzante. Tú eres la profeta con pluma y antorcha. Escribe con lengua de fuego. No dejes que la pluma te destierre de ti misma, no dejes que la tinta se coagule en el bolígrafo. No dejes que el censor apague la chispa, ni que las mordazas te callen la voz. Pon tu mierda en el papel”2 y no lo dice coprofílicamente sino desde una protesta a lo Rocío Boliver, “La congelada de uva”, defecando sobre la foto de Enrique Peña Nieto frente al Palacio Nacional de México o inventándose el pepáfono con el cual dio conciertos en países tan conservadores como Colombia. Volver a pasar por el corazón estas manifestaciones, interpretándolas como marcas, cicatrices por extraer los tumores del silencio o el temor, es una guía elocuente que nos permite seguir el rastro textual de las otras, el que nos conduce al tesoro de nuestra resiliencia donde nadie abandona un pincel, una pluma, un instrumento. Ya lo dijo el feminismo zapatista, uno de los que probablemente, en el aquí y en el ahora, ha tenido mayores procesos de diálogo, de refundación de los anclajes.

Es quizá uno de los feminismos más cercanos a la vocación de la palabra, de la poesía, su mensaje es claro: “No te rindas, no te vendas, no claudiques”. El acuerdo: “Seguir vivas y seguir luchando”.

  1. Ensalza la ruta Malinche.

En uno de los libros más hermosos sobre la mitología griega, Las bodas de Cadmo y Harmonía de Roberto Calasso, se apunta que, desde el comienzo, el gran poder las mujeres ha sido la traición. Cuando leí esas páginas comprobé la salud de un marco epistemológico judeocristiano dentro de mí. En La divina comedia se nos muestra que el peor de los círculos infernales, el que está hasta el fondo del fondo del castigo, donde incluso ya ni lumbre hay, corresponde a los traidores. Ergo, sería yo muy mala persona si delato, si rompo el silencio patriarcal impuesto. Ese y no otro, no el que nos protege, sino el que nos condena a la desaparición de nuestros proyectos como personas emancipadas, como mujeres libres porque volar simbólicamente cruzando las nubes de nuestros deseos es precisamente lo que nos prohíben. La evidencia del genocidio transcontinental que a finales de la Edad Media y a principios del Renacimiento se conoció como caza de brujas no miente, nos alerta desde algún lugar de nuestra memoria colectiva, con el fin de inmovilizarnos. Son siglos de una pedagogía culpígena, aleccionadora desde la gramática del terror, de los cuerpos descuartizados, embolsados en plásticos negros y arrojados a la orilla de cualquier carretera. No obstante, la mayoría de las artistas sigue creando, no han podido desaparecerlas porque somos legión. El arte es la antorcha que va de mano, alumbra la oscuridad de la barbarie, el documento de cultura que tanto protegen, diría Walter Benjamin, y el que se debe traicionar en un momento en el que los actos políticos parecen tener sentido solo de manera postmortem. Yo no creo que después de Auschwitz ya no sea posible más poesía, aunque cueste, como nunca, formularla en medio de esta mortandad. Pienso que en nombre de lo que Adorno y Horkheimer trataron de resolver, se debe apostar por la creación y por la traición a lógicas que destruyen nuestros artificios catárticos ya sean un collar de caracoles, una acuarela, un bordado que nos nombra, un performance, un rap en Ecatepec, una canción sin miedo, un poema que recuerde que aquí se las llevan.

Laura Méndez

Pues bien, traicionar a lo Malinche y a lo Circe. No suicidarnos como Dido, Calipso, Alejandra Pizarnik ni Virginia Woolf. No necesitamos heroínas, sino anti heroínas como lo fueron Laura Méndez Cuenca y Elena Poniatowska hablando en su literatura de cómo la primera fue acosada sexualmente por Guillermo Prieto y la segunda, abusada por Juan José Arreola.

El caso de Elena Garro, desde otra orilla de la ficción, ilustra mejor este punto. “Soy traidora, Nachita”, le dice a su cocinera la protagonista de “La culpa es de los tlaxcaltecas”. Sí, traicionó, pero ¿qué, a quiénes? Está clarísimo: al patriarcado con sus banderas rojas ante el hecho de que cualquiera en este país, debido al nivel de impunidad, podría ser un potencial feminicida. O no. Insisto, creo en los matices, en el gris donde, gane o fracase, se juega la ética. Ocurre, aunque no lo acepten, que en el ADN de varias actitudes feministas encontramos principios éticos. Uno, señalar injusticias, esclarecerlas. Como subraya María Moreno, “conventillar”, meternos en lo que no nos importa porque en este moridero lo personal es muy político. De ahí que como maestra sí me involucro con mis estudiantes cuando piden un consejo, sí opino sobre las cadenas machistas que las veo arrastrar sin que las noten, sí las hago ver los grilletes con los que bailan creyendo que pueden elevarse. Traicionar al patriarcado también es intervenir cuando violentan a las demás. Un supuesto error que podría salvarle la vida a más de una.

  1. Inventa círculos de lectura, haz que entiendan su profilaxis.

Algunos libros curan y otros también pueden ser preventivos. Los hay que pierden y enferman. Sin embargo, leer en clave feminista clásicos de la talla de Madame Bovary o Ana Karenina abre los ojos. Me emociona ese insight cada vez que coordino un taller o un café literario porque cuando una mujer asocia los acontecimientos de su vida a los de un personaje en una novela que no puede soltar y entiende las consecuencias de tales o cuales actos, nuestra labor como mediadoras de lectura se ha cumplido. Es el mejor de los tramos, entonces nuestra resistencia vale, la legión se nutre, el país del que intentan desterrarnos se ensancha, lo que más duele se olvida un poco, se inventan futuros posibles desde un presente mágico. Para sellar ese efecto hay que decírselos a las lectoras cuando comentan visiblemente emocionadas un capítulo. Quiero decir, hacerles notar que esa obra las ha hecho cambiar de perspectiva, mirar con otros ojos, colocarse gafas púrpuras.

¿Se acuerdan de la escena del alarido en “La sociedad de los poetas muertos”?, ¿del chico tímido a quien Mr. Keating pasa al frente a decir un poema, como eso no es fácil para el alumno, el profe le cierra los ojos, le dice que no mire a los demás, sino hacia dentro y haciéndolo girar, lo convierte en el eje de su emoción hasta que el joven escupe versos que a todos asombran? “Nunca olvide este momento”, le dice al último el mentor. No recuerdo cuántas veces he pronunciado esas palabras, me consta que son una llave maestra porque la clase es un círculo mágico donde se abren mentes como puertas que la educación tradicional insiste en cerrar desde que la escolástica defendió aquello que el cuerpo es una cárcel.

Otro don de esa anagnórisis es que consigue activar el método que escuché en palabras de la Dra. Leticia Romero Chumacero en su conferencia: “Violencia hacia las mujeres en la literatura mexicana”3:

  1. Búsqueda de nuestras artistas predecesoras con el objetivo de entender qué retos enfrentaron en su época y cómo resistieron, con qué estrategias.
  2. Lectura comentada de esas obras.
  3. Valoración de esas propuestas, rescate de los significados.
  4. Divulgación de esos libros para combatir y prevenir su invisibilidad.
  1. Dibuja tu barquito de Tatuana.

Para saber quién es ella hay ir leyendo a Miguel Ángel Asturias, nobel guatemalteco tan polémico como olvidado. Le dieron el premio en 1967 porque todos sus libros son joyas, empezando por Leyendas de Guatemala, donde encontramos la de la Tatuana, mujer vendida a su maestro, un gurú de los caminos. Por azares coloniales, siempre los mismos, los dos son condenados a morir quemados en la plaza mayor. Antes, el hechicero le tatúa a la joven un barco en el brazo, le dice: “Mi voluntad es que seas libre como mi pensamiento; traza este barquito en el muro, en el suelo, en el aire, donde quieras, cierra los ojos, entra en él y vete…” La Tatuana escapó de la prisión, de la muerte trazando el dibujo de dicha embarcación y luego abordándolo. Cada uno de esos trazos son los que Gilles Deleuze llamó líneas de fuga, desplazamientos en la trayectoria de una narrativa que escapa de una línea de fuerza o poder, es decir, cambios de patrones, deconstrucción de rumbos impuestos, libertades posibles desde el arte entendiendo la enseñanza como un ejercicio de pedagogías que no prescinden de él porque enseñar es una actividad artística en tanto nos marca. Esa huella indeleble es un probable dispositivo de salvación, hay que mostrar cómo funciona para huir del mar sangriento en el cual, como en una escena dantesca, flotan cadáveres entre la bruma de nuestros duelos suspendidos. Si ese es el único horizonte por ahora, urgen barquitos de más Tatuanas en los muros, en los suelos, en los aires, en las aguas del vientre, entre las piernas. Invoquemos esa hipnosis para que otras construyan embarcaciones que no han de quemar. Logremos que se fuguen. Necesitamos vivas a nuestras estudiantes.


1 En https://otdchile.org/manifiesto-transfeminista-por-emi-koyama/. Consultado el 15 de noviembre de 2022.

2 Anzaldúa, Gloria. (1980). “Carta a una escritora tercermundista”. Ver en https://www.academia.edu/32205105/Una_carta_a_escritoras_tercermundistas_gloria_anzaldua, consultado el 16 de noviembre de 2022.

3 Ver en https://web.facebook.com/MuseodelaMujerMexico/videos/693421351991521/. Consultado el 16 de noviembre de 2022.

Colección Digital

Lo que ellas nombran

Equipo de Redacción

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *