«Encapsulados» de Josefa Molina; por Angélica Guzmán Reque

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Angélica Guzmán Reque nos acerca a la obra de microficción «Encapsulados» de Josefa Molina.

El placer es la flor que florece; el recuerdo es el perfume que perdura

Jean de Boufflers

Leer los microcuentos de Josefa Molina es, junto a ella, ir hilvanando recuerdos vivenciales que nos suceden y que se van renovando como si fueran una cadena que se incrementa día a día, hora tras hora porque, ella tiene mucho por recordar; si bien en estos sus cuentos recopilados con el título de Encapsulados, precisamente son eso: sus recuerdos y vivencias que han quedado almacenados entre sus recuerdos, protegidos en su memoria, unos del amor juvenil vivido y saboreado: “Entonces llegó el otoño y tras él, otros muchos otoños, inviernos, primaveras y veranos, y, sin embargo, todavía a veces, cuando menos lo espero, escucho los acordes de aquella canción y vuelvo a tener la piel de gallina de mis doce y tú, la bronceada de tus catorce.” y, otros, por el contrario, con las ganas de ser olvidados, sepultados, aunque sea una inútil esperanza “Me gustan sus brazos. Por eso es lo único de él que conservo. El resto está fuera, enterrado en el jardín.”

Ese yo narrador, vive en libertad porque ama el sentirse libre de poder volar, que es lo mismo que remontarse lejos, muy lejos, vislumbrar esperanzas, sin nostalgias. Aprender a vivir, solo vivir:” Entonces sintió la lacerante punzada en el fondo del estómago. Algo le sujetaba a aquel amasijo de transparentes hilos umbilicales y corazones compartidos. / Dudó en dar el primer paso. Avanzar siempre es el mayor de los dilemas por conocer. /Abrió las alas y comprendió: crecer tenía un precio. Y ella, por fin, estaba preparada para pagar el peaje.”

La vida está hecha de aciertos y desaciertos, de alegrías y de tristezas, de esperanzas y desasosiegos, de penumbras y de claridad. Momentos que, casi siempre un ser fuerte, se llena de optimismo y los vence. Esos altibajos y contratiempos nos ayudan a imbuirnos de experiencias y enfrentar cualquier vicisitud “Su corazón se debatió entre la alegría impregnada de esperanza y la incógnita de saber quién sería el donante. Sabía que no podía permitirse aquellas divagaciones. Su hijo se moría y aquel nuevo riñón era su última esperanza. Se acercó a su mujer y la abrazó. Ambos lloraron. Nacía una oportunidad para los tres.”

El recuerdo es la capacidad que emana de la memoria, la que nos permite almacenar informaciones importantes y retenerlas hasta que se tenga la oportunidad de volverla al presente. Lo importantes es la carga emocional que lo acompaña, entonces recordaremos con entusiasmo, con benevolencia, o, por el contrario, con cierto rencor que hubiese sido mejor no recordarlo:” Ella dormía esperanzas entre lunas y pinos. Ella susurraba mentiras entre estrellas marinas. Ella convertía almohadas y rezaba por las causas perdidas. Ella adoraba corazones tras postigos entelados. Ella palidecía libros de letras púrpuras. Ella rezumaba ardientes cafés en la tarde fría. Ella sucumbía al lecho de la pasión ceniza. Ella vivía para poder estar viva.”

Ese yo narrador en primera persona evoca todas posibilidades que tuvo de amar y ser amada, tal vez perdonar lo imperdonable, pero, los seres humanos estamos hechos a la medida de quien sabe y conoce la forma y, hasta conoce las palabras que se podría emitir para rememorar viejos tiempos y conseguir el perdón, de quien no puede olvidar: “Pero el amor es tan efímero; la piel tan débil, tan solo un pellejo cansado que se resiste a morir. Es la genialidad del amor que todo lo tergiversa. Ahora lo sabía. / De rodillas en el suelo, casi daba lástima mirarlo, un breve niño desvalido, maravilloso actor de una escena teatral sobreactuada. /Alargó la mano y cogió el manuscrito. Se lo acercó a la nariz. Aspiró profundo. Aún olía a tinta de impresora.”

Las vivencias, sus vivencias vibran latentes y bullen por salir a la palestra de sus recuerdos. Es la magia de las observaciones que, cuántas veces, sin querer, nos detenemos a observar, escudriñar lo que sucede a nuestro alrededor. Son travesuras de niños indefensos, o de viejos que trastabillan bajo la imprudencia, pero que una sincera mirada tiene la magia de hacer que ese coraje contenido, se dulcifique: “Entonces, el niño sonrió y el viejo lo miró recabando su ayer en aquellos apenas tres segundos, antes de darse la vuelta y continuar su camino. De pronto, alguien tiró de su largo abrigo ajado de tiempo y humedad. Una mano infantil sujetaba sus gafas. En ese momento fue el viejo quien sonrió. (…) Y el ajetreo volvió a cubrir con su manta de inconsciente frenesí el otoñal parque. El perro continuó sumido en la búsqueda incierta de olores que perseguir; el viejo siguió por su camino sin mirar atrás y el niño, construyendo castillos de arena como quien construye castillos en el aire.”

El yo que es nuestro, solo nuestro, se lo percibe de manera tan sutil, como hecha de emociones y tentaciones, de tener el reflejo en la piel que se eriza, o en la que le revela que sus latidos se aceleran y que no hay razón que pueda ostentar lo contrario, exterioriza sus sentimientos porque es un ser humano que posee fibras de emociones que trajinan y se descubren, pese a su lógica de razonamiento pueril:”– Sí y es que a mí lo salado, hummm, contesta mientras le roza suavemente la mano al devolverle las monedas sobrantes de la compra. / Ni siquiera le ha mirado, pero se va del supermercado sintiendo que toda su piel está erizada. / Desde ese día, regresa todas las mañanas. El roce -¿casual?- y el comentario -¿inocente?- convirtió aquel supermercado en su favorito del barrio.”

Son varios los cuentos donde expone la relación de pareja, dirían más bien de parejas, que van por el mundo, como si un virus los hubiera acogida desde su mismo origen, hay demasiados de esta misma especie. El abandono del varón que supone, a la mujer, como un traste sin valor porque se imagina que la mentira de la conquista fue solo una burla y que, en el momento en que se le antoje, pudiera decidir de la manera más cruel: “– ¿Cómo que me vas a dejar?, ¿por qué?, preguntó, y entonces ella entendió que por más que se empeñara, existen personas que, simplemente, no cambian jamás. Por más años que cumplan o por más madurez que se les presupongan, su capacidad mental no daba para más. /Se dio la vuelta. No iba a permitir que la viera llorar. Otra vez, no. /Y quedó inmóvil, perplejo ante el abandono. Incomprensible para él y, sin embargo, no hizo ningún gesto para retenerla. / Hay personas que son incapaces de valorar lo que tienen. / Aunque lo pierdan una y otra vez.”

Los recuerdos y el análisis de los mismos prosiguen porque ha vivido, a aprendido a vivir en este nuestro mundo donde todo acontecimiento no es uno más, es parte de nuestra naturaleza y, así como nace una genialidad, también se pierde, desaparece, para dar lugar al nacimiento de otro, diferente, pero también mágico y que pronto, muy pronto hará que olviden al que ya pertenece al pasado: “Quiero ser de nuevo la voz, susurró justo antes de que el lapicero rodara de entre sus dedos para caer sobre la blanca sábana del hospital. El monitor cardíaco que controlaba el corazón de Walt Disney, enmudeció. Por segunda vez. / Meses más tarde, el mundo daría la bienvenida a un nuevo héroe infantil.”

Los recuerdos son la mejor manera de aferrarte a todo aquello que amaste, por eso son lo que eres, son los que no quieres perder. Todavía hay muchos encantadores cuentos por analizar y deleitarse con el humor y el sarcasmo sano de la autora. Lo importante es leerlos y gozar, como lo hice yo. Un gran libro para una gran lectura. La escritora estadounidense Judith Rumelt, que escribe bajo el pseudónimo de Cassandra Clare, expresa “Hay recuerdos que el tiempo no borra. El tiempo no hace la pérdida olvidable, solo superable”.

Vivir y sentir los recuerdos, buenos y no tan buenos, pero recuerdos al fin. Buena lectura para quien sabe deleitarse con los libros y las palabras.

Equipo de Redacción

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