«Ella», 1 relato de Laura Santiago Díaz

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«Ella», 1 relato de Laura Santiago Díaz

ELLA

Lo más que ha conseguido ahorrar en toda su vida es un puñado de sueños. Siempre que puede se cuela en el autobús, busca un asiento libre junto a la ventana, y vuelve a ser la reina de los cuentos.

Lo más que ha conseguido ahorrar en toda su vida es un puñado de sueños. Siempre que puede se cuela en el autobús, busca un asiento libre junto a la ventana, y vuelve a ser la reina de los cuentos.

              Dicen que es una mujer rara. Colecciona sombras. No teme a las arrugas, es capaz de morirse y de resucitar varias veces al día. Algunos aseguran que es  adicta a construir castillos de polvo, a parir versos de agua que después, abandona bajo el sol que menos calienta.

              Cuando se queda sola se mueve con destreza, sin embargo, esconde su cabeza como un avestruz siempre que va a una fiesta en la que ciertos hombres, con corbata o pajarita, hablan de lo bien que cocinan sus mujeres. 

Ella aprendió a sentirse bien entre las cacerolas y las sartenes en lugar de saltar desde la ventana, o dejar el empleo donde el jefe habla de ella como si también le perteneciera. Mi secretaria se encargará del trámite… Y mientras tanto, sigue buscando dentro de las cremalleras del bolso el brillo de las ollas, picando en juliana la cebolla. Ella, a contraluz, de pie, con las hojas de lechuga bajo el grifo. Sin ganas de comerse los tomates porque hace años que no le saben a nada.

              Ella, que somos todas, que también soy yo, sigue intentando cerrar los cajones que se resisten, que están tan llenos que siempre hay un mantel que se suicida por la parte de atrás.

              Ella, tendiendo la ropa. Pensando que mañana, al recogerla, estará otra vez sucia porque el aire está cargado de moscas que no pierden la mala costumbre de acercarse demasiado a la mierda.

              Ella, buscando un trozo de sol los domingos; cosiendo los botones un centímetro más a la derecha. Rezando para que para que sólo sea un retraso, y no lo sea, y volviendo a las sombras del fogón; a las profundidades del horno donde se asan sus sueños junto a los pimientos y las patatas.          

              Ella, olvidándose de los azules, los amarillos, los rojos y los verdes. Mirando cada vez menos de frente, rompiendo la cristalería que los amigos le regalaron el día de la boda, las fotos de todos esos fantasmas que tienen la mala costumbre de despertarse cuando saben que al fin, se dispone a dormir.

              Ella inventado un amigo que no le haga preguntas, sacando del congelador un sueño para la cena, vaciándose los bolsillos, dándole la condicional a sus manos, dejando sonar el teléfono, borrando todos los mensajes. Vengan de quien vengan, hace tiempo que sabe que todos dicen lo mismo, con palabras distintas.

              Ella, agotando su paciencia, pensando que el presente está por llegar, apurando la parte del pasado que logró nombrar sin que le temblaran los labios, pensando que solo es un día más al que cogerle el dobladillo.

              Ella, llenando el fregadero para enjuagar la vajilla, se deja llevar del mueble a la mesa para ser pinchada y cortada, y, después, devuelta a la pila, donde la espera el estropajo verde que vuelve a dejarla como nueva, antes de que se apague, otra noche, el fluorescente.

Laura Santiago Díaz

Equipo de Redacción

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