«El viejo y el mar» 1 relato de Paco Carrión Galera

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«Hace ya muchos años, en una noche de tormenta y viento, cuando la furia del mar no permite salir a pescar, los marineros pescadores se reunían en las casas del pueblo, de aquel pequeño pueblo de pescadores, jugaban a las cartas, bebían y contaban sus muchas experiencias de tantas cosas vividas en la mar.»
Desde Alicante Paco Carrión Galera nos comparte un relato.

El viejo y el mar

Hace ya muchos años, en una noche de tormenta y viento, cuando la furia del mar no permite salir a pescar, los marineros pescadores se reunían en las casas del pueblo, de aquel pequeño pueblo de pescadores, jugaban a las cartas, bebían y contaban sus muchas experiencias de tantas cosas vividas en la mar.

Por aquel entonces no había luz eléctrica, con lámparas de petróleo iluminaban aquellas estancias. Una de estas estancias era la más visitada, la típica y única taberna del pueblo.

En un rincón ardía la leña de una estufa, y junta a ella un viejo y un niño sentados en pequeños taburetes contemplaban las llamas.

Mi abuelo era este viejo lobo de mar que había vivido muchas aventuras y experiencias, y ahora yo a su lado y al calor de la estufa, escuchaba aquellas historias que él me contaba.

Me estaba contando una historia que había ocurrido hacía mucho tiempo, empezaba así: En aquel lugar una niña de unos 15 años se enamoró perdidamente de un joven y apuesto pescador, este la correspondía desde lo más tierno de su enamorado corazón. A veces él le decía… tienes los ojos tan azules como la mar que tanto adoro, y por eso te quiero todavía más… a lo que ella respondía… por las tardes cuando espero tu regreso en la orilla del mar, miro con tanta ansiedad cada ola por si te veo, que mis ojos para que los adores más roban el azul del mar…

Otras veces el marinero le decía… se parecen tanto tus ojos al azul del mar, que algún día me sumergiré en el para pescar el rojo coral, posar mis labios en el y besar los tuyos y tu corazón…y la enamorada niña un tanto turbado el color de sus mejillas le respondía… a donde quiera que me busques allí te estaré esperando.

Un día que el marinerito pescador cumplía años, ella le regaló una cadenita de la que pendía un corazoncito echo de coral rojo y blanco, diciéndole… tómalo y lo llevas siempre pegado a tu corazón, pues tengo mucho miedo de que te sumerjas en el traicionero mar para buscarme y te pierdas…

Así transcurrieron los días para aquella feliz pareja de enamorados, ella al atardecer de todos los días y desde el mismo lugar, miraba al mar para descubrir la vela blanca del pequeño barquito de su amado, y sus ojos cada vez eran más del color azul del mar.

A media mañana de un espléndido día, cuando los marinos pescaban mar adentro, empezó a soplar el traicionero viento del norte, poco a poco lo fue haciendo con más intensidad, empujando unos negros nubarrones que anunciaban la inminente tormenta. Ya se divisaban en el horizonte el regreso de las embarcaciones, que regresaban en busca del refugio seguro al abrigo del pequeño puerto de pescadores. Pronto llegaron y amarraron fuertemente las embarcaciones para que soportaran los embates del mar y la furia del viento. 

Todos llegaron menos el marinerito enamorado… estará de camino…decían los que ya estaban en tierra firme… se habrá entretenido un poco más izando el último tramo de la red y por eso se retrasa…todos escrutaban el mar, pero nadie lograba divisar la pequeña embarcación de la vela blanca. El temporal si hizo más fuerte, la lluvia y el viento zarandeaban las olas y estas se tragaban el horizonte y la tenebrosa noche.

Que nuestra Virgen el Mar le proteja… decían algunos. Al final todos regresaron a sus casas cabizbajos presagiando lo peor para su compañero.

La niña de los ojos azules como el mar seguía en su sitio esperando a su amado. Tenía la mirada fija en el mar y con voz muy suave murmuraba… me estará buscando, quiere encontrar mis labios en el coral, yo te llevaré mis labios suaves y calientes mi amor que el coral está muy frio, recuerdas que en una ocasión te dije… que donde quiera que tú me busques yo te estaré esperando… no temas bien mío por los besos que buscas que pronto los tendrás.   

Algunas mujeres cuentan que al día siguiente la vieron salir de su casa vestida con sus mejores galas. La tormenta había cesado, lucía el sol y ella más que nunca lucía sus ojos azules como el mar, y sus labios rojos como el coral.

Se encaminó hacia el mar, las pequeñas olas besaban sus pies y poco después jugaban con su pelo… después el mar se tragaba su cuerpo.

Dos días después de este suceso, unos pescadores regresaron al puerto remolcando la embarcación de la vela blanca medio destrozada del marinerito perdido, y a este medio muerto de hambre y frio, al que socorrieron y lograron salvar.

Lo primero que hizo el marinerito al llegar a tierra, fue mirar hacia el lugar donde cada día le esperaba su enamorada, la niña de los ojos azules como el mar. Pronto se enteró de todo lo sucedido con ella, y loco de dolor tras reparar su barquito, lanzó sus redes al mar tratando de encontrarla… y así se pasó toda su vida.

Todos los días iba bien temprano al mar y lanzaba la red. Al regresar por la noche, se iba a la tasca del pueblo y se acurrucaba en un rincón junto a la estufa fumando en silencio su pipa.

Cuentan algunos viejos del lugar, que a veces veían brillar unas lágrimas bajando lentamente, por el surco que en sus mejillas esas lágrimas y otras que les precedieron habían labrado en su cara.

Desde entonces todos los pescadores de aquel pueblecito, cuando sacan sus redes del mar, lo hacen con cuidado para no lastimar a la niña de los ojos azules como el mar, en caso de que se hubiera enganchado en ellas.

Cuando mi abuelo terminó de contarme esta triste y tierna historia, quise preguntarle algo que ya me figuraba, pero al mirarle me quedé sobrecogido… una lágrima se deslizaba lentamente por el surco de su mejilla, iluminada con destellos de un profundo color azul como  el mar, y entre sus toscos dedos de pescador, acariciaba fuertemente una cadenita de la que pendía un pequeño corazón rojo como el coral…

Paco Carrión-Galera

Equipo de Redacción

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