Consentir o no en «Anatomía de un escándalo». El quid de los adverbios; por Alma Karla Sandoval

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Una de las series más vistas en la historia de Netflix es comentada en esta entrega por Alma Karla Sandoval. El eje de esta disertación es el consentimiento.

Para mis estudiantes

Hay secuencias en la exitosa serie británica, “Anatomía de un escándalo” (2022), que dan mucho en qué pensar. No me referiré a la encomiable actuación de Sienna Miller como esposa de un parlamentario conservador quien soporta el juicio de su cónyuge acusado de la violación de una colega. Prefiero centrarme en el personaje del político, James Whitehouse, encarnado por Rupert Friend, todo un gentleman educado en Oxford, integrante de la fraternidad Los libertinos, buen padre de familia, elegante, culto y, por si eso no bastara, íntimo del primer ministro del país donde la corona es cosa seria. En él, no en la abogada fiscal que lleva o el caso o en la otra, una afroamericana que lo defiende a sabiendas de que su trabajo es sucio. En él porque no tiene idea de lo que hace. Su ceguera se retrata con acierto en el libro homónimo de Sarah Vaughan en el que se basa esta serie de Netflix, la cual desde su estreno el pasado 15 de abril, ya rebasó los 75 millones de espectadores. En él, decía, porque absolutamente convencido de su inocencia, no entiende que no es no.

      Ese hombre ejemplar tampoco escucha. No tiene idea de lo que es el consentimiento sexual porque parte de lo masculino se finca en la violencia que podemos ver en rituales de apareamiento bastante escandalosos en especies felinas y otras tantas. Por ejemplo, el gato somete a la hembra lastimándola a más no poder antes, durante y después de eyacular. Los gallos tienen que perseguir hasta pisar e inmovilizar a las gallinas. No nos extrañe que el argumento “también somos animales” selle una discusión que hasta hace poco se evitaba. Normalizadas, las violaciones sexuales entre parejas de cualquier edad y estatus civil daban por hecho el dolor consustancial del acto en nombre de la pasión, del disfrute intenso sobre lo que la pornografía de esta época dicta cátedra, cómo no. Además, la consecuencia, “parirás con dolor”, como bien dice la Biblia, a nadie escandalizaba lo suficiente, más bien sigue siendo una patente de corso al ejercer violencia obstétrica sobre las mujeres que, si gozan del sexo tanto como ellos, si responden a la herida infligiendo otra, son fieras a las que se debe domar con todo el uso posible de la fuerza, con toda la complicidad y los recursos que el patriarcado ofrece a su disposición, to-di-tos: económicos, emocionales, patrimoniales, legales, etc.

      Volvamos con James Whitehouse, ese educadísimo ser con un comportamiento que considera normal, muy correcto, cuando se tiene a una amante: la invita a cenar, le obsequia detalles finos y costosos, la penetra donde quiere, a la hora que se le pega la gana, dónde y cómo él prefiere, sin que ella exista en dichas decisiones, sin detenerse cuando ella dice aquí no o ya no, el quid de los adverbios. A la esposa le miente con calma, sin asomo de culpa ni nerviosismo, habituado, se diría, a sobrellevar los privilegios de su condición que no asume como tales. Algo que denunció el #MeToo tan condenado y transformado por las derechas en una caza de brujas a la inversa que vuelve víctimas e incluso, desde las cópulas o las supremas cortes de la ley, not guilty al tramposo, narcisista, violador, psicópata integrado de siempre.

        Lo anterior porque la estrategia gatopardista de intelectuales que se escandalizan del escrache y, en contextos equivocados, arremeten contra la cultura de la cancelación resulta tan perniciosa como, según ellos, el feminismo de esta cuarta ola porque temen no estar a la altura de su cresta en verdad libertaria, no moral ni puritana. Lo cierto es que antes de estos debates, poco se había cuestionado la noción del género como imposición desde una escena médica y distópica, el amor romántico como un arma psicológica de chantaje y explotación mental, la monogamia como una estructura socioeconómica que conviene al capitalismo tardío y, claro, el consentimiento sin ridiculizarlo. Pero no solo la gente que fue a la universidad se asusta, una encuesta del diario Reforma en México señala que el 65% opina que “el feminismo ya llegó demasiado lejos”. Notable en un país con más de diez feminicidios a diario. Lo mismo dijeron de las sufragistas gracias a quienes podemos votar: que se extralimitaban.

      En “Anatomía de un escándalo” los grises se colorean bien. El político parlamentario en verdad no comprende de qué lo acusan y sufre porque no cree haber perpetrado ningún delito. Él únicamente mantuvo “el orden de las cosas”. Las mujeres como objetos de deseo, de control, de reproducción, de estatus o signo de poder, forman parte de ese kit.  No son sus iguales, aunque lleven toga y peluca, aunque también se disfracen de hombres de ley en tribunales donde hasta hace poco ellas no tenían acceso, pues siguen llevando las cargas más pesadas, se les siguen exigiendo méritos sobrehumanos para pagar con honor cuotas de género, lo cual a ellos no se les pide, no se les escruta. Al contrario, se les perdona.

      La misma cara de pasmo y confusión de James Whitehouse la vi multiplicada en cuatro, ayer en el programa de análisis y comentario político, Tercer grado. Periodistas de gran trayectoria y solvencia, enmudecieron cuando Denise Maerker explicó que sí hay diferencias entre los crímenes de hombres que se asesinan entre ellos en naciones azotadas por la violencia y los feminicidios, ¡a estas alturas tenemos que seguirlo explicando! La conductora mencionó que hay estudios donde han visto que el levantamiento del cuerpo de un hombre es más cuidadoso que el de una mujer. En gestos mínimos como colocarte mejor los guantes, maniobrar más despacio, etc. Aquellos comunicadores la escuchaban con desconcierto y algo apenados, como queriendo disculparse, como pensando (ojalá): “¿Qué he hecho con mi mujer durante todos estos años?, ¿qué trato les doy a mis amantes?, ¿cómo educo a mis hijos en la igualdad?, ¿cómo los convenzo de que no peguen, no violen, no maten?” Ese cómo que no encuentran, señores, es el corazón de la anatomía en nuestros escándalos.   

Alma Karla Sandoval

Doctora en Literatura, periodista, ensayista y poeta mexicana. Columnista de Gafe.info escribe la columna «Libros, cuartos y cuerpas». Dirige la Colección de Poesía Contemporánea «Lo que ellas nombran», Editora BGR.

Obtuvo las becas del FOECA y del FONCA en 1999 y 2001. En 2010 fue galardonada con la Beca de Creadores e Intérpretes con trayectoria del PECDA para escribir un libro de cuentos. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo AMMPE, en 2011, y los Juegos Florales de Cuernavaca, Morelos, en 2012. En 2013 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano, el Premio Nacional de Narrativa Dolores Castro en 2015 y los primeros Juegos Florales de Tepic, Nayarit. Se le concedió nuevamente la beca del PECDA para Creadores con Trayectoria en 2018. Seleccionada internacional para la residencia de Artes y Humanidades, Faber, en Cataluña. Obtuvo el Premio al Mérito Periodístico en crónica 2019, del Premio Nacional de Poesía María Elena Solórzano 2019, del Premio Gran Mujer de México 2020 por su defensa de los derechos humanos y su libro Necroescritura de los días muy vivos, resultó ganador de la convocatoria de obra inédita 2019. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 2020. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués y ruso.

Equipo de Redacción

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