El color de la forma en que pensamos, por Alma Karla Sandoval

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La pigmentación política o el sujeto mujer como un ramo, dos de los ejes de esta columna que Alma Karla Sandoval entrega alrededor del 8M

Sí, los feminismos incidirán aún más en el espacio privado y entonces daré brincos de contento porque tendrán que ver con hacer política donde la prohibieron: cuando nos sentemos a la mesa y el esposo, el padre o los hijos no quieran levantar sus platos, cuando la novia, la esposa, la amante o la amiga no quiera tener sexo o rechace una posición que la incomode, cuando una mujer con todo y una casa que mantener, diga que no acepta un trabajo donde le paguen menos que a un hombre, cuando a una mujer de cuerpo desobediente no le guste la palabra “gordita” y lo grite a los mil vientos. Esto viene con más hashtags, con más denuncias de violadores en el camino porque es el camino el que nos viola, con más debates entre cancelar o no. Por eso es urgente pensar y repensar esas cuestiones. “Uy, qué miedo”, se burlarán, pero esta inercia ya no la para nadie. Las mujeres gritarán cada vez más alto e imitarán a las que quemaron sostenes para exigir que nadie se meta con sus tallas, calzones y carteras, artefactos sumamente políticos.

Cuando hablo de mujeres me refiero a todas, a pesar de que a muchas no les guste. Digamos otra verdad: el término mujer se lo han peleado, despellejado, deshojado, arrebatado como si fuera el ramo que tira la novia en la boda. Todas quieren tenerlo entre las manos para descubrir si es artificial o natural, si huele o no a flor, si es de tulipanes blancos, de orquídeas negras, de lirios asiáticos, de rosas árabes, de azucenas latinas o magnolias grasosas; si en verdad se llega a ser ramo por obra y gracia de un florista como dijo Simone de Beauvoir. En eso siguen ciertos debates, en eso que me hace reír, pese a que a lo del ramo es cosa seria. Digo ramo porque es un conjunto. No puedo pensar en una sola mujer cuando me refiero al feminismo, sino en varias tan correctas y desviadas; tan emergiendo de zulos, de barrios bravos, de oficinas siniestras, de edificios imparables, de cinturones de miseria y de opulencia; morenas, negras, blancas, altas, pobres, ricas, flacas, bajitas y gordas. Pienso en todas las que puedo como puedo más allá del color de su piel, del código postal, del dinero que ahora mismo tienen en la bolsa, de las libras que pesan, incluso del hombre o la mujer con la que duermen, de los hijos a quienes hay que alimentar o del perrihijo o el gatohijo que las consuela, también en la que, como yo, no tenemos a nadie con quien dormir.

Simone de Beauvoir

En todas las que puedo, decía, y son contradictorias. Los cuerpos como las pieles se disfrazan, maquillan, se enmascaran. Las ideas que brotan del cerebro, también. El color es biológico y yo desconfío de ese término, no creo que todo sea “natural”. Por tanto, agradezco a María Galindo confirmar la existencia de indias que se odian o, mejor dicho, nos enseñaron a odiarnos porque el mestizaje opera misógino en nuestra subjetividad, intenta blanquearnos como lo hacía Porfirio Díaz con polvos de arroz para parecer menos morenas. En efecto, nos odiamos por cualquier razón, pero las que provenimos de los úteros ancestrales de las indias aprendimos a rechazar nuestra belleza, ese don porque es poder y a nosotras, supuestamente, no se nos da completo porque no sabemos qué hacer con él, porque nos boicoteamos, somos cobardes o no queremos pagar su precio, así que muchas veces (porque así nos lo enseñaron) le pasamos la autoridad a los otros como si fuera una papa caliente.

María Lugones

En ese orden, agradezco a la academia, a las mesas de las novedades donde he encontrado libros de feministas blancas y negras a quienes he leído con sumo placer; algunos los he podido pagar desde el privilegio de las becas, el trabajo hablando de lo que leo, la desfachatez de los hurtos o, como buena pirata, bajándolos de donde sea1, aprendiendo a convertir archivos sin saber nada de nada, así que no digan que no se puede leer porque no hay dinero ni tiempo, no se mientan. La misma Gloria Anzaldúa comentó que se escribe sin cuarto propio y la que quiere un libro, lo consigue, se pelea con internet, lo pide prestado, va a una biblioteca, lo paga a cuotas, a doce meses sin intereses en Mercado Libre, pero al final, ahorrando, renunciando a zapatos nuevos o a hasta comprar mejores vestidos, lo logra porque así de grande es su terquedad. No aplaudo que eso ocurra y no soy de la secta ridícula de gurús convenciéndonos de que querer es poder porque si vives en un pueblo alejado, los libros no llegan, si no tienes ni un centavo debido a la precarización de siempre, si vives para pagar tu tarjeta de crédito, la historia es bien distinta: te atrapó el dinero o la desgracia, una enfermedad, un accidente, un marido que te estafó, un despido, etc., pero la realidad es la realidad y no estoy escribiendo para quejarme del precio de los libros que sí, es oneroso, es una bofetada, una violencia que da asco, pero esa violencia, como todas, se encara, se responde ante ella, se resuelve, no te quedas con el marido que te golpea cuando una sabe que debe salir corriendo para que no te mate un día, cuando debes pedir ayuda o defenderte con lo que tengas a la mano. Recuerden que “nadie sabe lo que puede un cuerpo”, decía Spinoza.

Hablando de cuerpos, quizá eso sería lo primero que tendríamos que leer: nuestras cicatrices (muchas por heridas que infligieron hombres), nuestra celulitis, las estrías de nuestro vientre, las de las demás. Tal vez deberíamos preguntarnos por nuestra pigmentación real, no solamente la biológica, sino por el color de la forma en que pensamos.

Vuelvo al punto: hay mujeres de blancas que sí saben brincar, o sea, teorizar o mejor dicho, renunciar a esa supremacía que les concede sinfín de privilegios: ¿un ejemplo? Quien habló con bastante solvencia filosófica de la matriz colonial entre raza-sexo-genero, además de la afroamericana Bell Hooks, fue María Lugones. Si van a Google a buscar sus fotos no encontrarán el “pelo malo”, los labios carnosos, no. Lugones, una enorme maestra que explicó la colonialidad y cómo incide en el género, era una argentina de tez blanca (ah, es latina, cierto, ¿califica como tal?) no de piel oscura como Ochy Curiel. Así que no racialicemos en mal plan el feminismo o digamos que hay que tener madre y no reconocer los aportes de la feministas gringas o europeas por culpa de sus privilegios, de lo que les pagan o porque como tienen los ojos azules o verdes, pues tienen la vida más fácil (en muchos casos sí, pero, ¿en todos?), así que se pudran y nadie debe leerlas, ¿eso no es rencor absurdo, venganza obtusa porque hablamos de blanqueamiento, no de pigmentación a secas?, ¿no implica eso seguir cobrando la famosa herida colonial?, ¿o de plano ser ignorantes porque no sabemos quién es blanco, cómo se entiende ese término? Aquí otro botón de muestra: Houria Bouteldja, quien en su libro, Los blancos, los judíos y nosotros, expone que ella no es blanca, sino que está blanqueada y por eso el turbante que porta, el activismo político en el Partido de los Indígenas de la República, de ahí que critique al feminismo occidental y demás; pero esta militante argelina señala únicamente una cara de la moneda: se inconforma con el blanqueamiento de la colonialidad-conquistalidad de nuestro presente antropocénico y pospandémico, pero intenta descolonizar el feminismo solo lavándole la cara, quitándole la pasta blanca de mimo en el rostro y diciéndole al mundo que es de piel oscura, amarilla o marrón, en nombre de una pureza epistémica, de la defensa de una diversidad mentirosa, otro ejercicio violento de corte también patriarcal. Coincido con Galindo otra vez: la racialización es la pigmentación política.

Houria Bouteldja

Ya sé que me van a querer quemar porque quizá crean que estoy defendiendo a ultranza el feminismo blanco, no, por ahí no va mi argumento. Las relaciones patriarcales, que no el patriarcado como sumo enemigo, se cuelan en los feminismos tan contradictoriamente que no somos capaces de ver la arrogancia de quienes se pelean por ver quiénes han sido más oprimidas, si las indígenas del maravilloso Sur Global o las afrodescendientes. De tal forma compiten demostrando cuál de sus patriarcados es de menor o mayor intensidad. Desde una interseccionalidad mal encausada se vuelven tal serviles al capitalismo gore como las feministas que cobran en dólares trabajando para ONG´s, lavándose las manos ante la precarización y el devenir esclavitud consensuada que la agenda de la dueñidad del mundo no va a cambiar. Respeto sus sueños dorados, pero las revoluciones no sirven para mañana y decir que la utopía es útil porque nos permite avanzar es una estolidez judeocristiana. Solo nos movemos en círculos, esa es la historia de la historia que nos han contado y “escupamos sobre Hegel”, gracias, Carla Lonzi. Otra dizque blanca porque nació en Italia, por cierto.

Continuo, escupamos sobre tal o cual bando al que nos obligan a pertenecer en una guerra epistemológica no pedida ni resuelta porque al final todos terminaremos en las mismas fosas o los hornos crematorios. Por eso pregunto, ¿quién declaró dentro del feminismo el comienzo de las hostilidades a sus diferentes genealogías?, ¿a quién le conviene nuestra separación del movimiento indigenista o del transactivismo, por ejemplo? Ojo, no estoy diciendo que no sea sano debatir, no estoy negando la racialización y admito las contradicciones que estas páginas mostrarán abiertas, calientes, como rasguños que ya serán tatuajes. Escribo porque en verdad deseo saber el color o la mezcla de tonalidades del modo en que pienso o, de plano, para despigmatizar mi palabra con el objetivo de que la raza no me condene a una sola manera de vivir o me obligue a un solo eje de discusión y, sobre todo, para que en su nombre no persiga a nadie ni me deje perseguir, vigilar ni castigar. Eso, queridas, en estos tiempos de cancelación, es lo que cuenta.

Escribo sin glamour editorial para sacarle la lengua al editopatriarcado y porque no puedo parar. Ahora escucho a Raquel Gutiérrez Aguilar en un video y me emociono, la socióloga, filósofa, matemática, exguerrillera, señala que una de las virtudes del feminismo latinoamericano es que está teniendo capacidad para conectar las luchas gracias a que se abandona el lugar de víctima y se rechaza, ergo, el lugar de la culpa. Así es como te haces cargo de la diferencia estructural, pero piensas entonces en la posibilidad de la alianza y la tratas de trabajar2. Esa es otra forma de política que une, no desarticula. Por eso escribo, para hacerme a la idea de que suturo, de que en las manos tengo una aguja e hilo de hospital. Frente a mí, lo que duele y sangra, por ahora, porque aún no logramos entenderlo.


1 Acá algunos sitios donde acceder a libros que ya no se consiguen por descatalogados o porque son muy caros y no nos alcanza: LibrosLibrosBot, b-ok.lat, epublibre.org, Lectulandia, AudioBookBay, holaebook.com.

2 En esta conversación: “Hay que pensar la amenaza fascista como una contraofensiva contra nosotras” Consultado el 10 de enero de 2023.

Equipo de Redacción

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