Dos notas sobre el amor romántico tendido en un diván; por Alma Karla Sandoval

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Cristina Peri Rossi dijo que el amor es una droga dura; Alma Karla Sandoval agrega que esa emoción nos hace ver personas que no existen en esta entrega sobre la imperiosa necesidad de deconstruir el amor romántico.

“Cada vez que te enamoras, reencuentras algo que deseaste en la infancia”, asegura el psicoanalista argentino Gabriel Rolón. Tal vez por ello en asuntos del amor no elegimos sino lo inevitable. Nuestra historia nos precede. Existimos antes de nacer porque fuimos el deseo de quien decidió gestarnos. Nuestras madres nos soñaban, nos esperaron buscando el signo que nos marcaría: un nombre para la eternidad que inventamos, una palabra ante la que Julieta se rebela: “¿Qué es un nombre?”, le pregunta a Romeo en el mítico diálogo del balcón:

¿Acaso no eres tú mi enemigo?, es el nombre de Montes co, que llevas. ¿Y qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo ni rostro ni fragmento de la naturaleza humana. ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, tampoco dejaría de esparcir su aroma, aunque se llamara de otra manera. Asimismo, mi adorado Romeo, pese a que tuviera otro nombre, conservaría todas las buenas cualidades de su alma, que no las tiene por herencia. Deja tu nombre, Romeo, y a cambio de tu nombre que no es cosa esencial, toma toda mi alma.

     La joven Capuleto propone un intercambio espiritual sumamente peligroso; hechizada por el influjo del amor ro mántico en toda su expresión, está dispuesta a desposeerse de su propia alma si su enamorado renuncia al linaje y con él a su destino. Olvídate de todo, fuguémonos desde ahora y para siempre, es el mensaje que subyace en las palabras de la virgen italiana que dejará de serlo dentro de pocos minutos. Ese arrojo, esa invitación al abismo, no puede más que obtener una respuesta: la muerte. No        es accidental que ella beba un veneno que la hace pasar por cadáver.

El amor romántico sin freno es una droga letal decantada, porque la desmesura de los sacrificios que impone nos pierde, nos agota, nos vuelve suicidas. En sus territorios no encontramos exactamente aquello perdido en la infancia, pero la ilusión de la experiencia amorosa nos hace creer que sí porque     el éxtasis de la flecha en el corazón del niño reordena el mundo. También colma el desamparo de género que padecen las mujeres desde la temprana infancia. Simone de Beauvoir lo advierte desde mediados del siglo XX:

Los psicoanalistas están dispuestos a admitir que la mujer persigue en su amante la imagen del padre; pero este deslumbraba a la niña porque era hombre, no porque fuera padre; y todo hombre participa de esa magia; la mujer no desea reencarnar un individuo en otro, sino resucitar una situación que conoció de niña, al amparo de los adultos; estuvo profundamente integrada en el hogar familiar, allí gustó la paz de una cuasi pasividad; el amor le devolverá a su madre y también a su padre, le devolverá su infancia; lo que desea es volver a encontrar un techo sobre su cabeza, unas paredes que oculten su desamparo en el seno del mundo, unas leyes que la defiendan contra su libertad. [1]

     “Tenía que suceder”, explican los astrólogos. “Es un asunto pendiente de otras vidas”, asumen las cartomancianas cobrando menos que un buen psicoanalista ante el azoro de los enamorados cuando encuentran, de súbito, a una persona que les parece “tan familiar”, “es como si tú y yo nos conociéramos desde siempre”.

       Si alguien supo algo del amor o al menos alcanzó a trazar metáforas precisas para diseccionarlo, fue Lou Andreas-Salomé, cuya inteligencia poética deslumbra en las cartas que envió a sus amantes, en las páginas de los diarios que celosamente redactaba o en estas reflexiones:

Al amarnos emprendemos juntos, por así decirlo, ejercicios de natación con salvavidas, haciendo como si el otro fuera, en cuanto tal, el mar mismo que nos sostiene. Por eso se nos hace tan único y precioso como la tierra natal, y al mismo tiempo tan engañoso y confundidor como la infinitud. Espacio cósmico hecho consciente y con ello desmembrado, tenemos que sostenernos y soportarnos mutuamente en el tira y afloja de este estado, tenemos que consumar nuestra unidad fundamental casi como una demostración: a saber, corporalmente, en carne y hueso. Pero esta realización positiva, material, del hecho fundamental, demostración aparentemente irrefutable, es a pesar de todo solo una afirmación harto sonora ante el aislamiento, no por ello cancelado, de cada cual en el interior   de sus límites personales.[2]

     He ahí lo que no queremos escuchar en terapia, en los salones oscuros de los chamanes: un amor puede matar lo que ama cuando se rompen los diques de los ríos metafísicos que —como La Maga de Rayuela— nadamos en las aguas del azar y todo aquello inevitable.

El amor es una droga dura, te hace ver personas que no existen

     El mandamiento psicoanalítico: “Lo que no se resuelve, se repite”, le va de maravilla al amor romántico. Sin embargo, para comprenderlo casi siempre partimos de Lacan: “Amar significa dar lo que no se tiene a quien no es”. El quid de este asunto es que insistimos en prodigar nuestra carencia a un ser de ficción bajo el embrujo de la ilusión que tergiversa la mirada. “Cómo no me ibas a gustar con todas esas virtudes que   te inventé”, reza un famoso meme que nos obliga a admitir la proyección idealizada, la artificialidad de la emoción cuando amamos porque sentimos lo que sentimos desde de ese patrón ocular.

    Ahora un poco de mito de la mano de Esther Cohen: “El amor da un vuelco acompañado de su sentido privilegiado: el ojo. Si antes el ojo era el único capaz de conocer y gozar la belleza divina en su absoluta virtud, ahora ese mismo ojo puede convertirse en la fuente primaria de la enfermedad amorosa, en el vehículo del contagio”,[3] por eso se recomendaba tener cuidado de que nuestros ojos no se encuentren con los del amado, por la vincularidad que entraña ese instante, puesto que la mirada es un puente, un hilo sin medida. Incluso cuando los ojos se cierran porque se abren al cuerpo, a lo oscuro y sus puntos de fuga, pero los ojos no siempre son honestos. Lorena Pronsky no lo advierte:

     Antes de irme, quería decirte algo. Si me quedé de más fue porque aposté a tus ojos. Yo vi cómo me mirabas y eso me alcanzó para frenar mi vuelo y esperarte. Creí en tu mirada más que en tu boca. Por eso, frené.

Después, las cosas pasaron y nada pasó. Nada cambió. Terminaste siendo parte de un eslabón más de mi cadena de fracasos, de eso que nunca empezaron.

Pensé que con vos sí. Pero me equivoqué otra vez. Tu mirada no fue honesta. La mía tampoco lo fue.

Me bastaron un par de días para develar y volver a abrir las alas. Sí, uno ve lo que desea que suceda. Los ojos también mienten.[4]

     Recordemos que Dulcinea no era una bella dama. El Quijote, enamorado, le confiere cualidades que dicha mesonera no posee, del mismo modo en que desarrollamos una patología redentora porque creer que el otro te ha elegido entre todas las mujeres de este mundo, lo cual nos devuelve la ilusión de un poco de autoestima que el machismo se encarga de arrebatarnos como una preciada muñeca desde que somos niñas. La patología redentora confirma que somos buenas a pesar de todo, que nuestro sacrificio y empeño tendrán recompensa porque el terror no se eterniza. Eso pensamos ingenuamente mientras nos fugamos de la realidad con inútiles mecanismos de defensa o con la potencia de esperanza que proviene del delirio.

En La llama doble, Octavio Paz deshoja a Diotima y a su vez a El banquete con estas frases: “El amor es el camino, el ascenso, hacia esa hermosura: va del amor a un cuerpo solo al de dos o más; después, al de todas las formas hermosas y de ellas a las acciones virtuosas; de las acciones a las ideas y de las ideas a la absoluta hermosura. La vida del amante de esta clase de hermosura es la más alta que pueda vivirse pues en ella, los ojos del entendimiento comulgan con lo bello y el hombre procrea no imágenes ni simulacros de belleza sino realidades hermosas. Y ese es el camino de la inmortalidad”

    No obstante, existe verdad en lo que deformamos, pero el artificio del texto llamado “mirada” reviste al      objeto amoroso de “un no sé qué que qué sé yo”. En La llama doble, Octavio Paz deshoja a Diotima y a su vez a El banquete con estas frases: “El amor es el camino, el ascenso, hacia esa hermosura: va del amor a un cuerpo solo al de dos o más; después, al de todas las formas hermosas y de ellas a las acciones virtuosas; de las acciones a las ideas y de las ideas a la absoluta hermosura. La vida del amante de esta clase de hermosura es la más alta que pueda vivirse pues en ella, los ojos del entendimiento comulgan con lo bello y el hombre procrea no imágenes ni simulacros de belleza sino realidades hermosas. Y ese es el camino de la inmortalidad”[5] o de la adicción a esa búsqueda frenética: la de no morir, la de trascender para que el amado se lleve de nosotros algo que lo marque. En dicha apuesta se nos va, curiosamente, la vida.


[1] De Beauvoir , S. (2017). El segundo sexo. Barcelona: P. Random House.

[2] Andreas- Salomé, L. (2018). Mirada retrospectiva. Compendio de algunos  recuerdos de la vida. Barcelona: Alianza Editorial.

[3] Cohen, E. (2003). Con el diablo en el cuerpo. Cdmx: Taurus.

[4] Pronsky L. (2018). Rota se camina igual. Buenos Aires: Hojas del Sur.

[5] Paz O. (1993). La llama doble. cdmx: Seix Barral.

Alma Karla Sandoval

Doctora en Literatura, periodista, ensayista y poeta mexicana. Columnista de Gafe.info escribe la columna «Libros, cuartos y cuerpas». Dirige la Colección de Poesía Contemporánea «Lo que ellas nombran», Editora BGR.

Obtuvo las becas del FOECA y del FONCA en 1999 y 2001. En 2010 fue galardonada con la Beca de Creadores e Intérpretes con trayectoria del PECDA para escribir un libro de cuentos. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo AMMPE, en 2011, y los Juegos Florales de Cuernavaca, Morelos, en 2012. En 2013 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano, el Premio Nacional de Narrativa Dolores Castro en 2015 y los primeros Juegos Florales de Tepic, Nayarit. Se le concedió nuevamente la beca del PECDA para Creadores con Trayectoria en 2018. Seleccionada internacional para la residencia de Artes y Humanidades, Faber, en Cataluña. Obtuvo el Premio al Mérito Periodístico en crónica 2019, del Premio Nacional de Poesía María Elena Solórzano 2019, del Premio Gran Mujer de México 2020 por su defensa de los derechos humanos y su libro Necroescritura de los días muy vivos, resultó ganador de la convocatoria de obra inédita 2019. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 2020. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués y ruso.

Equipo de Redacción

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