«Donde muere la muerte», de Francisco Brines; por Sergio González Quintana

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‘El rincón de Sergio’ profundiza en la obra de Francisco Brines, ‘Donde muere la muerte’.

Francisco Brines.

Francisco Brines (Oliva, Valencia, 1932-2021) reunió su obra poética en Ensayo de una despedida (Tusquets Editores, 4ª edición, 2020). Licenciado en Derecho, Filosofía y Letras e Historia, doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de Valencia, ha merecido entre otros el Premio Adonais (1959), el Premio de la Crítica (1967), el Premio Nacional de Poesía (1987), el Premio de las Letras Valencianas (1999), el Premio Internacional Federico García Lorca (2007) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2010), reconocimientos que culminaron con el Premio Cervantes en 2020. (1)


Donde muere la muerte será el último poemario de Francisco Brines.

Donde muere la muerte será el último poemario de Francisco Brines. Recordemos que el poeta había reunido su obra en Ensayo de una despedida, en Tusquets Editores, también encargada de la edición de este libro póstumo que presentamos.


Donde muere la muerte se concibió como un breve poemario que, durante los últimos veinticinco años, el poeta fue escribiendo y corrigiendo para que fuera publicado tras su fallecimiento, a la manera de un testamento vital. Tal como recoge la nota editorial, el autor «no pudo llegar a corregir las pruebas del libro, así que la editorial ha decidido mantener de la forma más fiel posible el manuscrito como él lo dispuso».

Estamos ante veinticinco poemas que recogen los distintos temas que más preocupaban al poeta, pero con una idea unitaria que sobrevuela sobre todos ellos: la pervivencia de la memoria.

La fugacidad de la vida aparece en los poemas “Brevedad de la vida”, con el que se abre el poemario, en “Mi resumen” y en “Luzbel, el ángel”.

El primero es un poema en prosa en el que presenta el tema de la fugacidad mediante imágenes (Un suspiro que alienta y se acongoja. Se oscurece el relámpago, sin apenas lucir), sentencias (El vivir es un principio del morir, ya el acabando,  o Toda la vida cabe en un paréntesis que choca y cierra en signo cóncava, la vida arremetida) y el símbolo de la rosa y su aroma (vida y esencia: La rosa es símbolo de tanta brevedad, mas la rosa es consuelo porque aroma). La vida enmarcada o delimitada por paréntesis volverá a aparecer en el poema “Paréntesis cerrado”. De igual manera, retoma el símbolo de la rosa en “Un aire en la terraza”. Es decir, algunos temas, como vemos con los ejemplos señalados,  se van entrecruzando y hacen de este poemario un conjunto unitario.

En el segundo, el tratamiento del tópico tempus fugit aparece con una imagen comparativa, Como si nada hubiera sucedido, que, por un lado, pudiera entenderse como un pensamiento desolador de lo que haya podido ser la vida, y, por otro, mostraría el estoicismo del poeta ante el inevitable hecho de la muerte. Será precisamente esta actitud la que determina el tono general del poemario: con sosiego, pues hay una aceptación del propio destino, Brines va detallando aspectos relevantes de su pensamiento y de su vida.

En este mismo poema, Francisco Brines utiliza el recurso del espejo. Muchos poetas se han mirado al espejo. Pero la mirada de nuestro poeta es desesperanzada y dramática: (Habla mi nada al vivo / y él asoma a un espejo / que no refleja a nadie). Contemplamos, ante el espejo, al poeta («nada») que pretende un diálogo ficticio con su reflejo («nadie»), una manifestación dolorosa ante el horror al vacío (horror vacui).

Por último, en “Luzbel, el ángel”, el tratamiento del tiempo pasa de la idea a la representación física de su propio cuerpo: (Mi cuerpo, ya vencido / por la edad importuna, / se hace prado en el río, / atardecer suavísimo).

Antes de tratar la evocación y el recuerdo como elementos que justifican la hermosa y exaltada vida que siempre cantó el poeta valenciano —en algunas ocasiones con un tono elegíaco, de pérdida, a medida que, con el paso de los años, se sumaban más los recuerdos que los encuentros vitales—, debemos hablar sobre la religiosidad del autor, quien, en su juventud, pasó por una crisis religiosa, que, superada, le condujo a un alejamiento del hecho religioso. No obstante, la religiosidad en este poemario aparece como un elemento que ha distorsionado el significado de la vida.

En “Mis tres fauces” dice: Yo soy ahora el perro, que aún no ha muerto, / y soy también el miedo de Cristo abandonado / en el viejo olivar / bajo los astro fríos; en “Luzbel, el ángel”: No he renunciado al mundo. / Y si la carne es Satanás / le amo. / Es el ángel más bello, / dueño de sí, / pues supo renunciar a su Dios; en el breve “El niño que contempló el mundo”, se dirige a Dios, le implora que despierte y que salve al mundo; en “Conjetura de una salvación” señala: Si no existió el pequeño dios, / Dios no ha existido, / y no podré saber lo que ahora sé: / que ni la Nada existe; y, para terminar con este asunto, en “El testigo” pregunta: ¿Quién pone en nuestra mente la incógnita de Dios?

Así, Dios, aunque en menor medida que la evocación, el recuerdo y la amistad, será una de las maneras que el poeta buscará para preservar la memoria.

Evoca o rememora en “Donde muere la muerte”, texto que da título al poemario y en el que reflexiona sobre la muerte, como lo hará igualmente, en “La rendija en la sombra”, “Entrada en el año 2000” o “La suerte de una moneda” (… un niño de pañales mira caer la luz, / sonríe, grita, y ya le hechiza el mundo / que habrá de abandonarle. / Madre, devuélveme mi beso); en “Elegía a M. B.” recuerda al amigo ido, al tiempo que reflexiona sobre la manera de «sobrevivir» a la muerte, idea que vertebra, como se ha apuntado, todo el poemario; en “Reecuentro” dice: Te necesito, ven, / acerca mi cabeza hasta tus hombros, / mi cuerpo ya está anciano, / y si tú estás / lo miras como a un niño / que está creciendo aprisa… Y lo mismo sucede (evoca, recuerda) en “Las noches extinguidas”, “Creados a tu semejanza” y otros poemas.

La naturaleza y la amistad no podían faltar en este poemario, como experiencias enriquecedoras, tan amables y placenteras en la vida de Francisco Brines. Vemos esa naturaleza física e interior en “Un aire en la terraza”, en “Reencuentro” y en “Declaración de amor”. Y la amistad, en “Trastorno de la mañana”, “Elegía a M. B.” o “El vaso quebrado”, dedicado este último a los poetas Carlos Marzal y Vicente Gallegos.

Ya hemos hablado de la necesidad de nuestro poeta de preservar la memoria y hemos indicado que es esta la idea que atraviesa verticalmente todo el poemario, además de las reflexiones sobre la muerte. En este sentido, como recurso último para salvar la memoria, llama la atención la apelación al lector, por ejemplo, en “Brevedad de la vida” (Lector, tú eliges tus poetas. Espero que tu sombra me aloje. Es sólo mi deseo, porque tan sólo así sabré saberme sido), o en “El testigo” (Mi testigo, lector, pongo en tus manos).
Y, por esta razón, también nosotros ponemos en manos de los lectores, la poesía y la memoria de Francisco Brines.


(1) Extraído de Donde muere la muerte, Francisco Brines, Tusquets Editores, Barcelona, 2021.


Sergio González Quintana

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1961, Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna en 1985. Ha dedicado su labor profesional a la docencia de Lengua castellana y literatura durante 35 años. En todo este tiempo, impulsó encuentros de poesía en el último centro donde ejercía la docencia, en los que los poetas invitados recitaban y comentaban sus textos al alumnado. Ha participado con lecturas de su poemas en radios y encuentros poéticos. Colabora en Escritos a Padrón, con motivo del pintor galdense, y ha publicado recientemente la plaquette En la ciénaga, en la Colección Poesía Móvil, dirigida por Antonio Arroyo Silva. (Editora BGR, 2022)


Lee su última obra poética: En la ciénaga (Colección Poesía Móvil nº 94) Versión Kindle, de Sergio González Quintana (Editora BGR, 2022)

COLECCIÓN POESÍA MÓVIL

En la ciénaga

Equipo de Redacción

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