«Del talento minimizado y guisos a lo Sor Juana»; por Alma Karla Sandoval

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La cocina, los platos, los roles impuestos a las mujeres como objetos con los cuales pretenden controlarlas, se convierten en herramientas mágicas de las poetas capaces de revertir cualquier maleficio. Alma Karla Sandoval habla en esta columna de ese tema desde la angustiante realidad de nuestro tiempo.

Ocho de la mañana. Un café, de fondo otra entrevista a Isabel Allende. En las redes, dos nuevos feminicidios. En la ventana, las mismas aves piando. En la memoria, una frase obsesiva de Ernesto Sábato que habla precisamente de la obsesión, eso que sostiene la obra de los escritores. Una de las mías es pensar en lo que ocurre cuando las mujeres escriben. Me interesa fervorosamente (y mi obra da fe de ello) observar, analizar los ataques neopatriarcales cuando ellas rompen los silencios que les impusieron por tradición o por extorsión. Ocho de la mañana, decía. Quizá muy temprano para hablar de esto, tal vez que la autora de La casa de los espíritus se proclame feminista no importa. No me referiré a esa chilena quien ha vendido más de setenta millones de libros cuando lograr que mil, sí, mil circulen, es toda una proeza en tiempos de Netflix. Algunas llegamos tarde al mercado. Tal vez habría sido mejor no arribar a esa selva de novedades donde igual se compite con los muertos o las consagradas de quienes también se burlan los críticos porque nada es suficiente cuando una mujer escribe: el problema es que lo hace, con éxito o sin él. No hablemos de los castigos, de las sospechas, de los adjetivos que descafeínan nuestra obra, que le restan hierro por mucho que afirmen que eso ya no pasa o que los pobrecitos escritores, en medio de un boom de mujeres que comienzan a ser publicadas ahora la tienen más difícil. Podríamos discutir eso, claro, pero en otras ocasiones ya me he referido al caso Carmen Mola y cómo ellos buscan apropiarse del nombre de las mujeres para volverse millonarios y lográndolo con el aplauso, la venia y la complicidad de la comunidad global lectora. Dirán que pasó lo mismo con J. K. Rowling, pues no. Son contextos y épocas diferentes. Para muestra de lo que digo, vean cómo persiguen a la inglesa por decir lo que se le pega la gana y eso incluye no ser fan de las personas transgénero. Que quede claro: no solo a ellos los cancelan.

   Lo anterior porque hoy amanecí con sed de justicia. Lo cual, ya sé, será leído con sorna o rabia. Da igual. Pero son muchos los casos en Latinoamérica de grandes académicas y/o escritoras que deben revisarse. Pululan, así que ya tendremos tiempo y espacio para separar el trigo de la paja. Comienzo con el nombre de un país: Colombia. Hasta principios este siglo se decía que no había poetas en esa nación. O, mejor dicho, más allá del trágico caso de María Mercedes Carranza, a las grandes plumas de las mujeres se les seguía invisibilizando. Por fortuna, Piedad Bonet salió al quite junto con una pléyade de autoras que brillan bien y bonito, sobre todo menores de cincuenta años: Lucía Estrada, Andrea Cote, Lauren Mendinueta, María Gómez, entre otras. No así el caso de una maestra de conozco y cuya obra, me parece, debería leerse con calma, sin prejuicios. Me refiero a Luz Mary Giraldo, nacida en Ibagué en 1950. Más allá de su trayectoria premiada, muy reconocida como profesora universitaria y antóloga, sus poemarios han merecido reconocimientos como el Gran Premio Internacional de Poesía Academia Oriente-Occidente (Rumania, 2013) o el Premio Nacional de Poesía Casa Silva (2011); también fue finalista del VI Premio Pilar Fernández Labrador (2019).

    En el libro Caza de sombras, destaca el siguiente poema:

EN CADA PLATO

Mi sueño en cada plato

como tus ojos cuando tienes hambre

y en la cocina apenas hay mercado

tal vez un poco de cilantro

un pedazo de pan

agua para un caldo simple

aceite en la despensa

y cubiertos a la espera.

Huelo el plato ajeno en la memoria

la leche caliente para el frío

miel y limón cuando duele la garganta

y la taza vacía

sobre la mesa.

Mi sueño es no escribir sobre lo mismo

sino encontrar tu plato lleno.

Luz Mary Giraldo

     Resulta inevitable, al leer estos versos, no pensar en Blanca Varela, en su plato de pobre donde el cerdo inmaculado entre cebollas se traduce en metáfora existencial del vacío de las mujeres provocado por los roles de género y que en otros poemas la venezolana Yolanda Patin también denuncia. Es con poetas de esa estatura con quien quiero relacionar a Luz Mary Giraldo cazando sombras y soñando con un caldo simple que llene el hueco de nuestro deber impuesto sobre la tierra: entregarnos a los otros como amantes, esposas, madres, hijas, maestras asumiendo que nuestra misión es alimentar la vida de los demás renunciando a la propia.

     En las palabras que perduran porque como dice Huidobro, «un poema es algo que será», gana lo que se enuncia no diciéndolo, sino apenas acariciando el significado, por ejemplo: la imposibilidad de cambiar de tema, de ingredientes, de modo de preparación del tiempo, justamente en el espacio adjudicado siempre a ellas, la cocina. Lo que no saben quienes históricamente nos confinaron a ese sitio es que la genio del barroco, Sor Juana Inés de la Cruz, descubrió que: «Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito». Me atrevo a decir que no solo en cantidad, sino en calidad se hubiera beneficiado la obra del filósofo porque la cocina posee rituales sensoriales que afinan la intuición, que ensanchan nuestras capacidades cognitivas.

     El yo lírico de «En cada plato» desea con resignación y desde ella ilumina el oficio poético, esa conversación en la penumbra que le permite soñar guisándonos algo invisible que se concreta y sabe, huele, se mastica leyéndolo. No es casual que el texto hable de un dolor de garganta en otro plato que es ajeno, pero quizá también propio del desdoblamiento de la voz en el territorio versicular que opera como espejo. Y es que lo que no se dice se atora, raspa, quema o escoria. Confesarlo con una estilística lograda requiere valor, mucho talento. Quiero decir, un pase mágico de la inteligencia del cual no carece, aunque como a muchas otras se le escatime, la gran Luz Mary Giraldo.

Alma Karla Sandoval

Columnista

Equipo de Redacción

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