De oleajes que son pregunta; por Silvia Mohedano Baez

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¿Quién declaró dentro del feminismo el comienzo de las hostilidades a sus diferentes genealogías? Es una de las tantas preguntas que Alma Karla Sandoval pone sobre la mesa. Y así como en mí surgieron más preguntas, seguramente a cada lectora le caerán otras más, y advierto que no serán precisamente como las gotas de una suave brisa, sino como una tormenta pelágica.

El texto que aquí comparto, fue leído durante la presentación del libro ¿Indias que se aman, blancas que no saben brincar, afrodescendientes con demasiado orgullo y feminismos en disputa? La quinta ola es autocrítica de Alma Karla Sandoval, realizada el pasado mes de marzo en la librería U-tópicas en la Ciudad de México.

Me parece maravilloso pensar que la quinta ola será autocrítica. Porque lo que no se cuestiona se convierte en dogma, y el dogma es cualquier cosa menos oleaje. Es decir, no tiene movimiento, no tiene fluctuación porque está prohibido cuestionarlo, no hay nada que vaya y regrese y se vuelva a ir, nada que entre y salga transformado, nada que rompa y estalle de repente para después retroalimentarnos con más calma.

Las olas del mar nos mueven, nos empapan, nos contienen cuando estamos sumergidas y sí, a veces también nos revuelcan, y en el esfuerzo de salir a respirar y recuperar un poco de control, el agua salada se nos mete en la nariz, en los oídos, en la boca y hasta nos desacomoda el traje de baño. Porque el mar no siempre es tranquilo y las olas no siempre son dóciles. De hecho, Sandoval admite desde el primer capítulo que a su parecer, esta quinta ola será, más bien, un maremoto.

Tomemos el epígrafe con el que inicia el libro: ¿Quién dijo que era fácil? Y es que, definitivamente, no debió ser fácil escribir sobre los temas que “no se deben tocar” en plena época de la cancelación. Definitivamente puede resultar incómodo discutir ciertos temas cuando nos sabemos situadas en la diferencia y no en el encuentro. Escuchar a la otra persona, disentir, dialogar, cuestionarnos, son palabras fáciles de decir, pero difíciles de accionar.

El libro que presentamos hoy, me parece, es una invitación a hacernos esas preguntas incómodas, a hablar de lo que no se habla y a cuestionarnos, no para debilitar el movimiento sino para robustecerlo, como la misma autora lo manifiesta. Es una invitación a la autocrítica y, a la vez, una invitación (con todo y ejemplo) a escuchar a la otra y dialogar desde la diferencia de opinión.

Alma Karla Sandoval y Silvia Mohedano, en la presentación del libro.

¿Quién declaró dentro del feminismo el comienzo de las hostilidades a sus diferentes genealogías? Es una de las tantas preguntas que Alma Karla Sandoval pone sobre la mesa. Y así como en mí surgieron más preguntas, seguramente a cada lectora le caerán otras más, y advierto que no serán precisamente como las gotas de una suave brisa, sino como una tormenta pelágica ¿Cómo podemos tejer lazos de un punto a otro, sin querer jalar a la otra persona hacia nuestro lugar?, ¿cómo construimos en la no coincidencia?, ¿cuáles de mis acciones deconstruyen y cuáles sólo destruyen?, ¿cuándo cuestiono a otra feminista en busca de un diálogo genuino y cuándo la cuestiono para invalidar su forma particular de entender/vivir su feminismo?

En el libro hay una frase que me parece muy atinada cuando, en el capítulo llamado No entienden que es un juego de piratas, la autora menciona que al final del juicio de Amber Heard y Johnny Depp, queda un “olor a carne chamuscada que” bien dice “es la de una mujer, no la de un hombre”. Y de alguna manera esto se repite, en cada escándalo, chiquito o grande, en cada chisme local, nacional o internacional, en el que nos tiramos entre mujeres, y vamos a las redes sociales y nos quemamos vivaspor no ser suficientemente feministas, por no ser suficientemente sororas, por no seguir la famosa ética feminista, sea lo que sea que eso signifique para ti, o para mí, o para las otra o la otra o la otra. Nos quemamos vivas, ya no por brujas sino por malas feministas, y al final, sigue oliendo a “carne chamuscada que es la de una mujer, no la de un hombre”. Porque mientras nosotras nos vigilamos para ver quién es más y mejor feminista, quién es más mujer, quien es más privilegiada o menos oprimida, nos siguen matando día con día. Y con esto no quiero decir que no nos cuestionemos entre nosotras, que no señalemos, con esto quiero decir que sería maravilloso encontrar otras maneras de hacerlo sin replicar formas punitivistas y culpígenas. Como lo menciona Sandoval, “hay que estar atentas a esas relaciones patriarcales que, no el patriarcado como sumo enemigo, se cuelan en los feminismos tan contradictoriamente”. Precisamente, desde mi punto de vista, creo que no tiene sentido pasar de buscar ser buenas mujeres, a buscar ser buenas feministas. Da lo mismo. No se transforma nada.

Ese buenismo -al que también se hace referencia en el libro- me parece tiene que ver con estar bien calificada por los y las demás, y que esto tiene algo -o mucho- de colocarse en una posición infantilizada. La niña buena quiere que sus figuras de autoridad la califiquen bien, ser bien portada para sus padres, obtener buenas calificaciones en la escuela para que también sus docentes la reconozcan. A esa niña le importan esas calificaciones, esos adjetivos calificativos, porque la definen. La adulta, en cambio, sabe que lo que otras personas opinen de ella, no la define. Si hoy las mujeres somos artistas y no musas, no podemos ser artistas infantilizadas cuidándonos del qué dirán. Bueno, sí podemos serlo pero, ¿queremos?

Citaré aquí un pequeño párrafo de Una Habitación Propia de Virginia Woolf:

“Y pensé en todas las novelas escritas por mujeres que se hallaban desparramadas, como manzanas picadas en un vergel, por las librerías de lance londinenses. Las había podrido este defecto que tenían en el centro. Su autora había alterado sus valores en deferencia a la opinión ajena. Pero debió de serles imposible a las mujeres no oscilar hacia la derecha o la izquierda. Qué genio, qué integridad debieron de necesitar, frente a tantas críticas, en medio de aquella sociedad puramente patriarcal, para aferrarse, sin apocarse, a la cosa tal como la veían. Sólo lo hicieron Jane Austen y Emily Brontë. […] De todas las miles de mujeres que escribieron novelas en aquella época, sólo ellas desoyeron por completo la perpetua amonestación del eterno pedagogo: escribe esto, piensa lo otro. Sólo ellas fueron sordas a aquella voz persistente, ora quejosa, ora condescendiente, ora dominante, ora ofendida, ora chocada, ora furiosa, ora avuncular, aquella voz que no puede dejar en paz a las mujeres, que tiene que meterse con ellas, como una institutriz demasiado escrupulosa”.

Alma Karla Sandoval escribe sin querer quedar bien con un bando u otro. Es más, sabe que probablemente se le irán encima, pero aún así escribe, y lo hace desde el lugar de una mujer inteligente y valiente, no desde el lugar de una niña temerosa del señalamiento.

Una mujer que observa, que escucha y que lee posicionamientos diversos, incluso contrarios, y que es capaz de tener un criterio propio. Ese criterio propio tan castigado o amenazado actualmente, porque estamos confundidas -creo yo- entre señalar la diferencia y escupirle en la cara a la otra persona mientras señalamos la diferencia.

Woolf escribe también “En 1828 una joven hubiera tenido que ser muy valiente […] un elemento algo rebelde para decirse a sí misma”. Y me atrevo a decir que Alma Karla es rebelde para decirse a sí misma en pleno 2023, no porque hombres duden de su capacidad (o sí, pero además de eso) sino porque, probablemente, habrá feministas que duden de su feminismo, que lo cuestionen.

Gracias Alma Karla por escribir y publicar este libro. Para mí, tus palabras sí fueron sutura, con aguja e hilo de hospital, porque aunque todavía duele, entendí la herida, pude verla y ese es el primer paso para sanar.

Siguiendo una de las citas que aparecen en el libro, quisiera cerrar con esta pregunta de Susana Molina: “¿y qué hacemos con las vivas?, ¿qué vamos a hacer con nosotras?”.

Equipo de Redacción

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