Cinco poemas del escritor colombiano Alejandro García Gómez

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Presentamos cinco poemas del poeta colombiano Alejandro García Gómez.

Alejandro García Gómez

SUR

Señores,
Vengo del Sur.

De allá donde las rocas secretamente florecen.

De la tierra de Juan Gálvez, José Narváez, Pioquinto Sierra
Y Aurelio Arturo,
Vengo.

De sus voces de roble, maldición y canto,
Vengo.

La lejana soledad de las distancias
El viento,
La borrasca;
Los ríos grandes de calma ubicua
(Que después riegan la patria);
El aire azul e inmenso
─tenebrosamente gris a veces─
Trepando jadeante el retazo multicolor del labrantío
O avanzando peligroso
De tumbo en tumbo
Al vórtice de un Guáytara o un Juanambú
Tremolinan un conjuro
Y sellan
Nuestra paciencia lenta.

Señores,
Allá los años también transcurren
Entre nacimientos y muertes,
Entre amores y sustento diario
Y alguna bendita blasfemia.

Vengo del Sur.

Y a mis amigos traigo
Este cuerpo de tierra,
Un puñado de tierra

Porque todo el gran resto
Está allá,
En el Sur.

(De Transparencias, Medellín, 1991)


SÉPTIMA CARTA

Bajan nuestros sueños sin remos en el caudal de la noche:
Figuras de rictus sangrante
O vaporosas y tibias humedades de vida.

¿Un arcano,
Lejano y cercano,
Desliza sus olas de misterio?

¿Cuáles ojos,
Desde nuestros ojos,
Ocultan nuestra propia mirada?

¿Quién gobierna el enigma?

¿Quién nos niega el suave rigor de la música del día?

Los raudos cadáveres con sus cabezas serenas
Me muestran las muecas de sonrisas eternas.

Las sombras de la tarde lenta
Se deslizan por su piel de hombres.

Un alarido interminable
Clama sobre la borrasca horrísona
En la adueñada tierra de los fríos vientos:
Los rostros de los muertos
Bajan entre las luces y los gritos carnavalescos
De la granítica lava andina.

Entre la bruma sulfurosa se va desnudando la ciudad:
¡Oh, mi ciudad!
La ciudad de mis estudios y de los fríos amaneceres.
Desde esta tenebrosa frialdad, todos intentamos evadirnos,
Pero este Volcán, esta Luna, estos amaneceres y estos muertos,
Teñidos por este viento del Sur,
Me aprisionan.
Aquí todo camino se convierte en Norte,
Pero también aquí confluyen nuestros centros hacia el Centro.

Entre el rojo canto de los cadáveres,
Que ahora se mutilan entre sí,
Bajan mis ojos desorbitados y saltados.
Mis calaveras,
Apretadas en infernal disputa,
Sólo astillas lograrán en su caída.

La Luna, con sus senos de muchacha impúber,
Me alumbra ─virginal── el camino
Hacia el estanque de la casa vieja.

Pero abajo, en la carretera construida
Por mi padre y por mi madre,
Por los padres de los padres
De mi madre y de mi padre,
Avanza en su lento trajinar
El rayo de luz cansado
De algún bus destartalado.
“Debes viajar en él”, escucho.
Su lento traqueteo nocturno se vuelve apacible
Porque permanezco dormido en las faldas de mi madre:
Ella me arropa y me acaricia,
Pero jamás llegaremos juntos a nuestra casa;
Allá la seguiremos esperando siempre.
─Mis hermanas ya han llegado, con sus maridos y sus hijos─.
Yo me diluyo otra vez entre los rostros de mis muertes y mis muertos.

(De Cartas de Odiseo, Medellín, 1996)


24

No desconfíes de tu mujer;
trabajo le costó tejer, tejer y tejer;
trabajo le costó destejer, destejer y destejer;
trabajo le costó desdeñar, desdeñar y desdeñar;
trabajo le costó recordar, recordar y recordar;
trabajo le costó esperar, esperar y esperar.

Pero tampoco te fíes de ella.

(De Alfabeto de sombras, Medellín, 2003)


9

En el jardín, las ranas hambrientas
se comieron al payaso de la fuente de la gran plaza,
al que entretenía su hambre con carcajadas,
y trepan por las paredes de Palacio.

Algunas morirán descabezadas
o despanzadas en las caídas.

Pero, entre el rencor y la esperanza,
oh temidas Furias,
oh esquiva e incierta Fortuna,
todas sueñan con la hartura del indigente.

(De Alfabeto de sombras, Medellín, 2006)



GOTAS DE LUNA ENROJECIDA

Un zumbido de aspas irrumpe en el río espeso del sueño.

Entre cortinas de angustia,
Las ventanas miran las gotas de luna enrojecida
Que, a golpes de pavimento, lamen en disputa míseros canes en la calle.

Un aparato de televisión adormece la ciudad.

Mientras, desde arriba, la sentencia tricolor derriba dignidades, miedos y trancas.

El llanto y luego el luto, también tricolores,
Desbordan las acequias y las alcantarillas.

En sigiloso paso a paso,
Una melodía, revestida con el ropaje de su angustia, se diluye en la calle
Sólo si logra esconderse en cada esquina.

Antes de que bajen los atestados autobuses de los barrios altos
Y los habitantes nocturnos cierren sus cortinas para el descanso,
El chapoteo del paso de ganso desaparece otra vez.
El zumbido de las aspas agoniza de nuevo.

Una vez más se acalla el sudor obediente de las voces de mando de los que obedecen.

Se esconden, entonces, las miradas con mensaje de muerte,
Certeras o moribundas,
De los dueños clandestinos de la noche.

Con el nuevo sol, el cepillo de dientes y el pocillo de café, llegan las noticias.
Las esposas y las amantes cambian sábanas.
“¡Oh, gloria inmarcesible…! ¡Oh, júbilo inmortal!”.

Medellín, 2006.


Equipo de Redacción

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