#brevesycontundentes «NQS» de Gladys Fuentes

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Gladys Fuentes nos comparte dos de los microrrelatos incluidos en su obra digital «NQS»

Estoy aquí

La puerta se ha cerrado a mi espalda. Mi inquieto pie derecho fue el primero en pisar eso que llaman libertad y que uno no sabe exactamente qué es.

Después de dar unos cuantos pasos, un poco tanteando el terreno y como para asegurarme de que nadie me llamaría con un pito estridente o un manotazo en la cara, alcé mi vista al cielo y me sorprendió la aglomeración de nubes que formaban un precioso velo transparente sobre mi cabeza.

Qué inmenso me pareció, nada que ver con el retacito que a veces contemplaba desde el hueco que llamaban ventana.

Los pulmones me duelen de tanto aire puro y un monstruo me muerde las tripas inquieto y feroz.

En medio de la calle, recostado contra la farola, la liberación me sorprende y me desconcierta, un pensamiento se abre paso en ese caos de emociones: ¿habré pagado ya todas mis culpas? Parece ser que sí, que no le debo nada a nadie, no tengo deudas, ni tengo que pedir perdón.

Soy libre.

En ese universo debo aprender a caminar, debo ir al encuentro con ese ser humano que dicen que soy y que lleva tantos años aletargado y sobre todo, quizás lo más difícil, tendré que ejercer como tal.

Una nueva vida dirían los optimistas, pero no, no lo es, es un trecho que me falta por recorrer, un camino para llegar donde el amor me está esperando con una sonrisa en los labios.

Según el mapa, el cementerio está a dos calles.


Vida

Fue en un bar, en una terraza, en una cafetería cualquiera.

Las imágenes del amor son bolitas de mercurio que pretende atrapar con un dedo una y otra vez, una y otra vez, se le escapan para perderse en ese infinito desconocimiento.

Solo quedan sensaciones, una corriente eléctrica que recorre su espalda, que hace temblar sus carnes y llena su cerebro de una especie de certeza.

Ese es.

Ese es el amor de su vida. La autenticidad no necesita un símbolo material. Es calor, es esa risa que sorprende por sus sin motivo, es ese sudor en las manos, es ese cristal que pone delante de los ojos para ver el mundo como un lugar en el que se puede vivir aún con heridas profundas.

Ahí, a su lado, la sombra de un cuerpo que no opaca ni entorpece, pero que acompaña, acaricia y emite vibraciones que se convierten en palabras de aliento cuando llegan a su cerebro

Eso es todo, sonríe para sus adentros mientras sigue jugando con el mercurio sobre la superficie negra del infinito hasta el borde la mesa, en ese bar, en esa terraza, en esa cafetería cualquiera llamada vida.

Equipo de Redacción

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