Annie Ernaux, las sístoles premiadas; por Alma Karla Sandoval

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En esta entrega, Alma Karla Sandoval nos ofrece algunos apuntes sobre Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura 2022.

Derechos de Autor a quien correspondan.  Foto de Annie Ernaux.
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“Todas las imágenes desaparecerán”, con esa frase inicia Los años, uno de los grandes libros de Annie Ernaux editado por Cabaret Voltaire. El Nobel, lo sabemos, cambia destinos. Esta vez han premiado a una autora con un gran conocimiento de la muerte, del tiempo fugaz porque solo así se puede dar cuenta de la vida. Escribo la palabra “cuenta” pensando en cada una de sus acepciones y concluyo que, si todas las imágenes dejarán de existir, la literatura que para Ernaux es un auxilio le permite salvar cada momento. Su arma es la memoria, la cual “no se detiene nunca. Empareja a muertos y vivos, a seres reales e imaginarios, el sueño y la memoria”, explica. Cuando cierra los ojos convoca un trance. Comenta que no le importa escribir nada que no suponga un riesgo. Ha sido profesora durante décadas porque de ese modo encontró tiempo para novelar; decidió no vivir de la escritura, no verse obligada a un libro cada año o dos. Lo suyo es escribir como si lo hiciera con un cuchillo en el alma.

      En El acontecimiento, la autora francesa rememora un aborto clandestino en 1963: «El año anterior, una joven divorciada me había contado que un médico de Estrasburgo la había ayudado a abortar. No me dio ningún detalle, solo me dijo que le había dolido tanto que había tenido que agarrarse al lavabo. Yo también estaba dispuesta a agarrarme al lavabo. No se me ocurría que pudiera llegar a morir”, con frases de este tono, confesionales, directas, sin florituras de por medio, pero ciertamente con valor y precisión clínica, Ernaux combina brevedad con visibilidad; intención autobiográfica con el trazo de una identidad narrativa atrapante, pues como Laura Scarano escribe: “El yo narrador, inscripto en su tensión constructiva, se refleja en el acto de su propia escritura. La justificación, la necesidad de autoanálisis, la confesión, el secreto, la explicación de sus móviles vitales, conforman esa pulsión de autoconocimiento que aflora casi siempre entretejida por la mirada que rememora el pasado.” En la obra de la más reciente Nobel pasado y autoconocimiento son mucho más que palabras, son marcas de lenguaje y marcas de género. Por ende, desde la experimentación, quiero decir, la hibridez de la llamada literatura del yo mezclando el diario, las memorias, la autobiografía, consigue una mirada doliente, pero lúcida. Llega hasta el fondo de las cosas analizando su situación como lo haría Simone Beauvoir: admitiéndose no un ser, sino una existente que nos entrega reportes de ella misma tan auténticos que incomodan, pero también deslumbran.

   Si bien es cierto que no se trata de una escritora desconocida, casi todos sus libros han sido publicados a varios idiomas, está editada por la prestigiosa Gallimard, ha recibido importantes galardones como el Fomentor de las Letras (2019), el Strega (2016), el Renaudot (1984), Annie Ernaux hasta ahora no había sido leída por multitudes o, mejor dicho, su nombre no era del todo taquillero en todo el mundo, sino más bien recomendado por excelentes escritores que la veneran como Emmanuel CarrèreVirginie DespentesÉdouard Louis o Didier Eribon.

      Mucho se ha dicho que la literatura del yo es pornografía del espíritu desde que Serge Doubrovsky acuñó el término de autoficción, la verdad es que más allá de las nociones de Gusdorf, quien asume que la autobiografía sí debe considerarse un género literario, la propuesta de esta autora trasciende las clasificaciones. Sabemos que Francia es pionera de este tipo de experimentación literaria, que se les ha dado a estos escritores la innovación, así como los temas que escarban en el individuo. No obstante, Ernaux apunta a la crítica social, a la estampa casi costumbrista de su país durante la posguerra, a lo que significa provenir de la clase trabajadora, desde abajo o “desde el principio” como se dice de forma elegante.

     Poco de lo que marca, porque duele, se le escapa a esta escritora apasionada con la forma: “De ninguna manera me interesa más el hecho real ni la experiencia vivida que la forma en la que se lo cuenta. A mí la forma me desvela, me parece crucial. Me parece que ahí está la clave de la escritura, y no al revés, no en el contenido ni en las características más o menos escabrosas o encandilantes de los hechos. Pero no hablo de la forma en un sentido estetizante sino de la forma en tanto búsqueda, en tanto construcción de una mirada que me permita ver mejor. La forma como una búsqueda estética y ética, un compromiso con la verdad.” La Academia Sueca la distinguió por su coraje, ciertamente, por esa habilidad para hablarnos de las restricciones de la memoria colectiva donde los silencios, los tabúes, generan zonas de indeterminación: todo aquello de lo que simplemente “no se habla”. Ernaux rompe esas fronteras debido que se pregunta qué hacer con la memoria, hasta qué punto convive con la imaginación. Una de sus preocupaciones: cómo evocar sin que por eso los hechos tomen el control de la narración. Siempre busca que su escritura sea incisiva, que vaya al corazón de las cosas.

  Lo consigue. La han premiado como nunca, sin embargo, el mejor reconocimiento es cuando le escribe otra mujer y le dice que gracias a sus libros comprendió el poder de los duelos o pudo salir de una relación venenosa. Ese intercambio con las lectoras confirma un compromiso que la Nobel reafirma para bien, para sorpresa de la crítica que no se ha atrevido a denostarla este octubre donde la escritura de las mujeres brilla de nuevo: “Para mí, escribir es de por sí un compromiso feminista. Pero no ligado al contenido, no porque cuente historias de mujeres sino porque lo hago desde el punto de vista de una mujer, y creo que eso ya contribuye a ampliar el modo en el que se ve el mundo, pone un freno a la concepción masculina del mundo que todavía impera”, ha dicho con el cabello revuelto, con la genialidad encendida. 

Equipo de Redacción

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