Ángel Guinda “El arrojo de vivir”; por Fran Picón

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El poeta Fran Picón escribe una semblanza y nos presenta una selección de poemas, a modo de pequeño homenaje, del poeta Ángel Guinda; autorizada por Olifante. Nuestro agradecimiento a Trinidad Ruiz Marcellán.

Ángel Guinda (Zaragoza 1948, Madrid 2022)

Semblanza del poeta Ángel Guinda; por Fran Picón.

Hablar de Ángel Guinda es hablar de un poeta con mayúsculas, con letras de oro; es hablar de una vida dedicada a la palabra, es hablar de un ser humano que dejó una impronta imborrable en todas y cada una de las personas que tuvimos la inmensa suerte de conocerlo.

No soy objetivo, no quiero ser objetivo, era (es) un amigo, un mentor, un maestro, del que nunca podré olvidarme. Una persona que, pese a su grandeza, siempre se mostró humilde, cariñoso, receptivo con tantos y tantas aprendices de poeta que le pedíamos consejo, ayuda, atención.

Un enamorado del verso, del sentimiento hecho palabra, pero también un apasionado del lenguaje, del mimo y cuidado por la palabra, del respeto al hecho poético y a sus circunstancias.

Se hizo querer, más que admirar; se hizo respetar, más que envidiar.

No conozco a nadie que pueda decir una palabra negativa sobre un hombre bueno, lleno de maravillosas imperfecciones como todos y cada uno de los seres humanos.

Amigo de sus amigos, excelente conversador, entrañable contador de anécdotas, inigualable tertuliano en tantos encuentros de literatura y fraternidad.

Junto a su sempiterna amiga y compañera de tantas aventuras literarias y humanas, Trinidad Ruiz Marcellán, trabajó para dar voz a un cuantioso número de poetas, mujeres y hombres, que, quizá, sin su mano tendida permanecerían perdidos en el abismo del ostracismo.

Hoy es momento de duelo por la pérdida irreparable de un amigo, de un poeta, de un ser humano fascinante, pero mañana seguiremos teniendo su recuerdo y ese inmenso legado que nos dejó en forma de poemas.

Si no estoy equivocado, y de ahí el título de esta breve semblanza, Ángel tuvo tiempo de corregir su antología “El arrojo de vivir”.

Nadie desaparece para siempre mientras permanece en la memoria de alguien, y Ángel perdurará siempre en la memoria colectiva.

Fran Picón


Ángel Guinda, poemas

Ángel Guinda

De “Vida ávida”:

Esto escuchó un joven


Tú, que interpretas los ojos del suicida
en su belleza plena de renunciamiento,
haz del corazón una taberna abierta
de luna a sol a todos los que sufren,
buscadores de estrellas en un pozo de cieno.
Y a la vida agresiva agrédele.

De “Conocimiento del medio”:

Me he fumado la vida


Me he fumado la vida
como el tiempo se me ha fumado a mí.
Mirad esta laringe, esta tráquea,
estos bronquios y pulmones
ametrallados por la nicotina.
He fumado los gases subterráneos
del Metro en sus andenes;
el aire de Madrid, sucio
como una traición a la luz más hermosa;
las nevadas del yeso en las pizarras,
la hoguera negra de los tubos de escape,
las hojas secas de la marihuana,
el asfalto, la niebla, la humedad,
la avellana tan blanda de los clítoris,
la espesa polvareda de lo siniestro
cuando huía de mi sombra,
y mi vida hecha polvo,
y el polvo que seré
bajo el árbol secreto de la muerte.


De “La llegada del mal tiempo”:

Autobiografía

Me preguntas por mi vida a bocajarro.
¿Qué puedo responder? ¿Con qué y de qué modo?
Lo que sé de mi vida lo borra cuanto no sé de ella:
las palabras no alcanzan, los recuerdos confunden.
Mi vida es lo que he hecho,
he deshecho, he dejado de hacer.
Para saber de mi vida piensa en la muerte;
piensa en ti que estás viva y has de sobrevivirme.
No sé si tendré tiempo
para vivir lo no vivido, para matar lo que viví,
para vivir la muerte antes de que me muera.
Mi vida recibe instrucciones de otras vidas
anteriores a mí, a las que sirvo
como fiel sucesor, y en mí reviven
–no tengo ojos sino para lo que no veo.
Mi vida es una noche que a la luz no se adapta,
un astro fugitivo extraviado en la tierra;
es también la palabra que aún no me encontró,
el mensaje misterioso que no descifraré.
Aunque mi verdadera vida tal vez se inventará.

De “Biografía de la muerte”:

Morir

Morir es no volver a estar
a la misma hora,
en los mismos lugares,
con las mismas personas.
No aparecer, cada mañana,
como esa gran luz nueva
disuelta entre las cosas;
dejar interrumpidos los trabajos,
los viajes en punto muerto.
Ajenos a los mares y a los astros.
Morir es estar quietos, sordos,
ciegos, mudos, desaparecidos,
desconectados de todos y de todo,
de nosotros también;
no regresar a casa nunca más.
No emitir ya señales, recibirlas tampoco.
Morir es no volver.

De “Toda la luz del mundo”:

Eres la lejanía, que me cerca.

De “Claro interior”:

Cajas


Lo diría una indígena y tendría razón.
“Ustedes tienen la vida organizada en cajas.
Nacen y les depositan en una cajita,
su casa es una caja, y las habitaciones
son cajas más pequeñas.
Suben a la casa en una caja,
bajan a la calle en una caja.
Viajan en una caja.
Duermen y hacen el amor sobre una caja.
A través de una caja ven el mundo.
Cambian de casa: lo meten todo en cajas.
Los Bancos y las Cajas hacen caja.
Y cuando mueren les introducen también en una caja.”
Todo está hecho para que encajemos.
Nos encajan la vida.
Algunos no encajamos, y nos desencajamos.

De “Poemas para los demás”

Escribir


Si me quitan la palabra escribiré con el silencio.
Si me quitan la luz escribiré en tinieblas.
Si pierdo la memoria me inventaré otro olvido.
Si detienen el sol, las nubes, los planetas,
me pondré a girar.
Si acallan la música cantaré sin voz.
Si queman el papel, si se secan las tintas,
si estallan las pantallas de los ordenadores,
si derriban las tapias, escribiré en mi aliento.
Si apagan el fuego que me ilumina
escribiré en el humo.
Y cuando el humo no exista
escribiré en las miradas que nazcan sin mis ojos.
Si me quitan la vida escribiré con la muerte.

De “Espectral”:

De niño yo veía en Zaragoza rinocerontes con cabeza de hombre, hombres con cabeza de pistola, hombres con cabeza de falo, hombres con cabeza de copón, hombres con cabeza de mardano, con cabeza de buey, de jíbaro; hombres cabezones, cabezudos, hombres con la cabeza en los pies. Ovejas con cabeza de mujer, mujeres con cabeza de cuna, mujeres con cabeza de cierva, mujeres con cabeza de fogón, mujeres con cabeza de basílica, con cabeza de virgen, de holocausto; mujeres con cabeza de piedad, mujeres con la cabeza entre las manos. Manadas de mujeres y de hombres con cabeza sin ojos, boca, orejas, nariz. Hombres y mujeres sin cabeza. Y cabezas rodando por las calles.

De “Caja de lava”:

La mirada


Lo mismo que una llave abría el aire
a los misterios de la transparencia.

Me convocaba igual que una ventana
o una cita del cielo con el mar.

Podía haber vivido en su fulgor
o esperar a morir como un naufragio.

Porque aquella mirada no era de unos ojos
y aquellos ojos no eran de ningún mundo.

De “Rigor vitae”:

Los inmigrantes


Los inmigrantes caminan por las calles con mortajas al hombro, lápidas al hombro, cruces al hombro, lágrimas al hombro, corazones en las manos, el cielo sobre un desierto en su mirada. Con una familia y un país escondidos dentro de la cabeza.

Los inmigrantes tienen muchos hombros, muchos corazones, muchas manos, muchas piernas.

Entran en las tiendas, en los bancos, en los locutorios, en los bares: con fotografías enmarcadas bajo un brazo, con féretros bajo el otro brazo.

Nadie ve esas mortajas, esas lápidas, esas cruces, esas lágrimas, esos corazones, esas familias, esos países, esas fotografías, esos féretros, cielos ni desiertos.

No nos miran a los ojos: ¡saben que somos ciegos!

De “Materia del amor”:

Y


Ya no me falta el aire.
(Ahora respiro tu respiración.)

A tu lado
tengo más sed de fuego que de agua.

A tu lado
todo desaparece menos tú.

(Salgo del mundo cuando entro en ti.)


De “Catedral de la noche”:

Un hombre feliz

Fue feliz compartiendo
los cantos y las risas,
la pobreza, el dolor.
Retozando en la escarcha,
comiendo y bien bebiendo.
Alegre a pleno sol,
solo en el descampado
o entre la muchedumbre.
Fue feliz de estar vivo
y afrontar las desgracias
ajenas como propias,
sereno o agitado;
liviano haciendo el muerto
sobre la piel del mar.
Fue feliz desterrado
de la realidad.
Feliz bajo la noche
coronada de lámparas,
en batallas de amor
que hacen temblar las sábanas.
Fue feliz derribando
murallones de lágrimas,
hablando con los astros,
escuchando a la muerte.
No descarta
ser feliz bajo tierra
mientras sigue la vida.

Equipo de Redacción

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