Amor poscolonial, la herida hirviente de la sed Natalie Díaz, un Pulitzer; por Alma Karla Sandoval

0

Poema de amor poscolonial obtuvo el Premio Pulitzer de poesía este año. Alma Karla Sandoval entrega un conjunto de notas a propósito de esta obra tan bella como resiliente.

Es un libro para deconstruir la poesía porque en un juego de baloncesto la luna entra en los aros. Es un libro cuya voz es la de un ventrílocuo que musita palabras en lenape, (una de las 564 naciones indígenas norteamericanas actuales que vivían originalmente en lo que hoy son los Estados Unidos). Un libro de agua vuelta cuerpo, de coyotes, culebras, de navajas abriendo el amor filial y caderas para del salir de laberinto de la existencia. Natalie Díaz (1978), la autora de Poema de amor poscolonial, es mojave y miembro inscrito de la comunidad india del río Gila al cual, no está de más decirlo, le escribe poemas donde la sororidad imprime una astuta huella ecofeminista sin caer en la tentación del panfleto:

Este río es mi hermana —yo soy su hija.

Está en mis manos cuando bebo de él,

en mis propios ojos cuando lloro,

y en mi deseo cuando me duelo como una campánula de agave

por la noche. El río dice, Abre la boca para mí,

y yo te haré más.

Porque incluso un río puede sentirse solo,

       incluso un río puede morir de sed.

     La poeta se refiere a ese río como un verbo, “algo que sucede” al interior, ese pasmo poético que defino como el trance del yo en el poema, un cruce intuitivo donde las imágenes surgen a pesar del cuerpo o la psique donde anidan. He ahí el territorio del hallazgo, la epifanía de la que habló Bachelard; tomando en cuenta su poeticoanálisis, Díaz escribe con el tono de los poetas de la tierra, no los del aire ni el fuego. Tierra enraizada en el agua, podría decir, en la que se sumerge para desde esa profundidad convocar a los dones del desierto, de lo que florece a pesar de la sequía: tierra cuarteada por la guerra, tierra pisoteada por el amor que se transforma entre las manos:

Donde estuvieron tus manos hay diamantes

En mis hombros, deslizándose por mi espalda, muslos

soy tu culebra.

Estoy en el polvo por ti.

Tus caderas son luz de cuarzo y peligro,

dos carneros de cuernos rosados que ascienden una estela suave

                                                                                                                [de desierto

antes de que el cielo de noviembre desate un diluvio de cien años

el desierto devuelto de pronto a su mar antiguo.

Levántate, heliotropo silvestre, hierba del escorpión,

facelia azul que sostiene el morado como un cuello puede

                                                                                                   [sostener

la forma de cualquier gran mano.

Manos grandes, así llamaba ella a las mías.

La lluvia vendrá en algún momento, o no.

Hasta entonces, tocamos nuestros cuerpos como heridas—

la guerra no terminó nunca y de algún modo comienza de nuevo.

    Son estas mutaciones del discurso, estas metáforas de cuello de corola y combates eternos mientras se ama como duele la guerra, lo que Natalie Díaz descubre sin miedo a que el verso se alargue porque no traiciona a la experiencia, ni a su memoria. Es más, va honrando las obsesiones de Asterión y/o del minotauro que se lamenta mientras desciende órficamente en el subsuelo de cada epifanía: Avanza siempre hacia abajo, lo haremos/ hacia la belleza y la saciedad del apetito de un monstruo. Sí, para la poeta escribir es ser comido. Leer, estar lleno de limo o lodo. No en balde asegura que el amor nunca ha sido distinto de la sed/pero ahora todo es distinto. Todas las tazas/están llenas de tierra -incluso nuestras bocas. Saciedad o maldición, en la paradoja crecen las espinas cactáceas de una estética original por memorable.

     La edición a cargo de Vaso roto no tiene desperdicio. Bien cuidada, bilingüe, la traducción de Eliza Díaz Castelo fulgura con un manejo del lenguaje propio en ella: preciso, de escalpelo que no abre dermis más allá de la frontera entre un idioma y otro.  Esa actitud respetuosa le permite al lector disfrutar en dos pistas de este trabajo en el cual la palabra race se ocupa para referirnos a una etnia o raza, pero significa, también, competencia o carrera. Lo menciono porque raza es un concepto silbante a lo largo de la cicatriz de donde entra y sale este hablante lírico cuya epopeya es la del había una vez nosotros, es decir, la historia de los que forman parte de ese coágulo llamado Estados Unidos sin ser pálidos, sin comprar la lluvia.

    Natalie Díaz es una poeta tan comprometida como notable. Antes de este libro que ganó el premio Pulitzer 2022, fue merecedora del Premio Nimrod/ Hardman Pablo Neruda de Poesía y la beca Louis Untermeyer de Poesía de Bread Loaf entre otros galardones. No obstante, lo importante es quienes se dedica este poema: “Para las mujeres, niñas, personas de dos espíritus, trans y no binarias indígenas y nativas que han desaparecido o han sido asesinadas y pertenecen a nuestras familias y comunidades, a todo lo largo de las Américas y otras tierras ocupadas pensando en el tacto y la ternura que merecen”.

   Será por eso, porque todo aquello en lo que nacimos, y cargamos y habremos de convertirnos en el amor, que libros de esta especie deben ser cantados. Deben sonar adentro como la épica dulce e inteligente de una tierra ocupada que resiste.

Equipo de Redacción

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *