
3 poemas de Javier Mérida
El poeta Javier Mérida nos invita a leer 3 poemas suyos, alguno inédito de la Antología invertebrada.
NOS ABURRIMOS
Nos aburrimos. Abrimos la boca en posición de bostezo para besarnos. Ponemos la otra mejilla. La culpa. Esperamos cada cuarto de hora, sentados al borde del sillón. Un destello. El mundo esperando por nadie. Nos aburrimos. Sacamos la mano por la ventanilla para saludarnos —soberanamente— para despedirnos con pereza. Con cetácea languidez nos vamos aburriendo. Vamos saliendo por el recibidor con las uñas largas, con los ojos fríos; sin el frescor bien acunado en el rostro. Nos aburrimos porque no es fácil —hábil debilidad de cobardicas—: el tiempo todo lo aburre. Nos hacemos sangre fuerte a silencios. Nos damos flojito. Nos ofrecemos mal. Espiamos la debilidad de otros. Respiramos hondo, pero haciendo pie, manoteando frenéticos en la marea baja; aferrados a un ancla en el tobillo. Nos aburrimos un día pequeño por la tarde. Un lugar donde dejar el silencio un rato solo. Volver a por él, a ver qué ha hecho con nosotros. No nos bastó sembrar todo un pinar con conchas de poniente. Enterrar la hache en un bello furor, tan espinoso como el vino viejo. Hablarnos al pecho, donde todo cabe. Polinizar charcos. Dejarnos mojar. Vestirnos de mujer. Salirnos del redil que reseca nuestros labios. Beber de los cuernos. No. Nos aburrimos. Nos aburrimos del fuego. Inertes, como en casa de las sombras, así nos aburrimos, procreando silencio y más silencio. Como si la distancia se hubiera vuelto clandestina. Nos prohibimos. Nos hacemos desaparecer. Aparecemos muertos en la cuneta a pleno sol con el corazón por fuera. Nos aburrimos en defensa mutua. A nadie le importa.
SONETO
Impune vivencia de lo profundo: —lánguida sierpe penetrando leve— sacudida que a envenenar se atreve en el espasmo seco de un segundo. Manjar de lo entredicho en baja voz, fruto de la arena que en la mar prende el seno breve, espalda que enciende en la maleza un fuego más feroz. El tiempo atrajo olas a su piel; entregó al sol el coraje del nervio, su cuerpo dio a la caricia ingrávida. Impune quede la vivencia ávida, profunda el ansia; y el deseo fiel: un torrente caudaloso, soberbio.
POR SI RÉQUIEM
Puede que pase ese día que un muerto como yo, engalanado de guirnaldas, apague el color de las caléndulas. Que os dibuje de pronto en la sonrisa una distancia, un llanto amarillo como de cúrcuma, un recuerdo en salmuera. Atravesará vuestra memoria una bandada silenciosa de gaviotas calladas. Solemnes. Un cardumen de auroras desoladas. Una constelación maltrecha, un canto. Puede que pase ese día luminoso, un breve séquito de figuras deshojadas, arrastrando un asombro quejumbroso, una sazón abandonada. Contarán vuestros dedos las veces que fingimos estar al lado de las sombras. Las ventanas desde donde un gato maulló en mi idioma. Gemirán las piedras, Temblarán los portales como a punto de llorar. Pero no será ese día pronto. Tacharé las fechas más probables. Puede que pase ese día que entre el sueño una campana os anuncie que mi vida ya no es tanta, ni tan hombre. Que lo que estaba por venir no vino más. Que lo que había ya no sangra. Que lo de mi nombre es puro trámite para el olvido. Que lo que soy es calma ya. Puede que pase ese día un día. Y un cisne. Y una cabra. Y un árbol derramándose en toda la hojarasca. De Antología invertebrada (2016-2017), 2017 —inédito
Javier Mérida